Danilo Santos

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Politólogo a contrapelo, aprendiz de las letras, la ternura y lo imposible. Barrioporteño dedicado desde hace 31 años a las causas indígenas, campesinas, populares y de defensa de los derechos humanos. Decidido constructor de otra Guatemala posible.

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Danilo Santos

“No quiero ser recordado como un hijueputa más”, decía repetidamente en sus mítines el hoy presidente Alejandro Giammattei y la audiencia le respondía con gritos y aplausos de aprobación. Que la próxima Corte de Constitucionalidad debe derogar lo ordenado al Congreso por la actual C.C. dice Arzú desde su curul, e igual le aplauden. Que hay que volver a las escuelas y confiar en una enfermera por cada 1,500 alumnos dice Asturias (mientras renuncia). Que la PDH debe desaparecer porque es un tema “monárquico” dice un alcalde. “A uno no, a dos maté”, dijo otro por ahí hace algunos años, y duplicó su caudal electoral. “Ahora soy un presidente de A sombrero” decía el último impresentable en la Presidencia de la República mientras la audiencia reía sentada frente al más terrible aparato ideológico de Estado, la televisión abierta. Otros van más lejos y llegan a grabarse defecando y espetan “que vivan los viejos tiempos donde nos limpiábamos con hojitas, y ahora solo mañas…” Y podríamos seguir, pero seguramente a la cabeza del lector ya han llegado muchas otras citas de políticos locales o nacionales. Todo lo anterior sucede debido a que el sistema ha sido cuidadosamente diseñado para que el capital cultural nos de lo suficiente sólo para adorar a los gritones, olvidarnos de la tragedia nacional con los bufones y derretirnos por los dueños de la finca y la infalibilidad de sus fundamentalismos.

El asunto es que la cultura en Guatemala es una forma de dominación del capital que no percibimos y nos esclaviza a este tipo de gentuzas. Para crecer en aptitudes, capacidades, talentos y dotes, se necesita tiempo, tiempo más allá del invertido en la escuela formal y el trabajo. ¿Quién tiene ese tiempo? Solo quienes se declaran rebeldes ante el sistema y se vuelven bastardos/as que reniegan lo dado y emprenden su propia búsqueda, abandonando todo lo establecido y descubriendo el mundo apartados de la mirada esclavizante de quienes dominan la política, la economía y la cultura. Quien se esfuerza por adquirir cultura, trabaja sobre sí mismo, “se está formando”, y en ese proceso, liberando de personajes vulgares en su vida, de manera tan cercana como sus espacios de socialización incluida la familia, como los amplios, incluido el espacio de la política.

Aquello en lo que creemos nos gobierna, y por ahora creemos en gritos, en dedos alzados desde la fiscalía, en chistes machistas y racistas, en generaciones y generaciones de canchitos ungidos con la razón y el poder; creemos en la forma y nos olvidamos porque no se nos es permitido pensar con autonomía, del fondo, de la sustancia.

“Guatemala está urgida de una revolución del sistema político” decía Giammattei en otro de sus discursos de tarima, lo que no dijo es que para esto se necesita una Revolución cultural que nos de la posibilidad de liberarnos de los yugos que gobiernan la política, el Estado, la economía, y por supuesto la cultura. Más que ganar elecciones con las reglas del sistema, hay que transformar la cultura del país e instaurar otras reglas. No hay que dejar de soplar la pequeña lumbre en la yesca.

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