Carlos Rolando Yax Medrano
La cuestión más crucial de la política es, y siempre ha sido, la de ¿quién manda a quién? Por lo tanto, la política ha tendido a reducirse a la función del dominio y esto ha resultado en la confusión entre sus formas de alcanzarlo: poder y violencia. Sin embargo, es importante diferenciarlas; la primera corresponde a la capacidad grupal de actuar concertadamente y la segunda corresponde al uso de instrumentos para aumentar las propiedades individuales que posibilitan el sometimiento de otros.
Aunque ambas formas en la política son eficaces para el control social, una de las distinciones entre poder y violencia es que el poder siempre necesita el número, mientras que la violencia puede prescindir del número porque descansa en sus instrumentos. Así, la forma extrema de poder es la de todos contra uno y la forma extrema de violencia es la de uno contra todos. El poder y la violencia, entonces, son opuestos; donde uno domina absolutamente, falta el otro.
El poder, en consecuencia, corresponde a la esencia de todos los Gobiernos porque un gobernante siempre necesita un número de ciudadanos que lo apoye. Y donde el poder se desintegra porque ya no hay apoyo de los ciudadanos, las revoluciones se tornan posibles, porque los Gobiernos también se desintegran. La pérdida de poder de los gobiernos se convierte en una tentación para reemplazarlo por la violencia para volver a someter a los ciudadanos; pero una sola persona sin el apoyo de otros jamás tiene suficiente poder como para emplear la violencia con éxito.
El poder de Alejandro Giammattei fue frágil desde el principio. El voto concertado de casi dos millones de personas en su favor no fue una demostración explícita de apoyo hacia él sino una demostración tácita de rechazo hacia su oponente. Y con cada acción de Gobierno, poco a poco, su frágil poder fue desintegrándose. Incapaz de ignorar sus costumbres, recurrió a la violencia declarando estados de prevención desde el primer día para intentar resolver conflictos. Incapaz de atender la mayor crisis sanitaria en cien años, recurrió a la violencia declarando estados de sitio para intentar controlarla. Incapaz de responder a los desastres naturales, recurrió a la violencia declarando estados de calamidad para intentar enfrentarlos. Incapaz de velar por el bien común, recurrió a la violencia presentando como ley el mayor robo de la historia de Guatemala.
Hartas de su incapacidad para gobernar, miles de personas actuaron concertadamente -la mayor expresión de poder- y se reunieron para manifestar su insatisfacción. Alejandro Giammattei no resistió la tentación, recurrió a la violencia para intentar someterlas de nuevo -la menor expresión de poder- y ordenó perseguirlas, golpearlas y bombardearlas. Pero no le bastó ir contra sus “enemigos”, también fue contra sus “amigos” y los abandonó en el Congreso cuando le tocaba responder por toda la violencia a la que ha recurrido. Ahora está solo, pero aún falta que la Junta Directiva del Congreso y los Magistrados de la CSJ también lo estén para que la revolución sea posible.
La violencia aparece donde el poder está en peligro y acaba por hacer desaparecer al poder, lo destruye y no puede crearlo. Así que, como ciudadanos, debemos seguir actuando concertadamente, ejerciendo poder, reuniéndonos para manifestar pacíficamente. Y debemos dejar que el Gobierno se desintegre a sí mismo recurriendo a la violencia, enfrentándose con un oponente mal equipado, pero bien organizado, que es mucho más poderoso.