Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Después de haber visto numerosos videos y fotos en los que se veía cómo la guardia fronteriza norteamericana arrebataba a sus hijos a padres que los llevaban para buscar asilo en ese país y de saber que muchos de ellos no se pudieron reunir ya más con sus familias, el tono de Trump anoche diciendo que los niños se los arrebataban a los coyotes me causó profunda indignación. Y esta semana leí la expresión de arrepentimiento, que se debe agradecer, del Embajador Luis Arreaga en el sentido de que debió haber hecho más para evitar la maliciosa expulsión de la CICIG pactada entre Jimmy Morales y el mismo Donald Trump con la complacencia del Departamento de Estado.

Y todo ello ocurre pocos meses después que muchas vendas cayeron de los ojos cuando Mario Vargas Llosa escribió su libro Tiempos Recios que desnudó parte de la realidad de los acontecimientos de 1954, situación que para cualquier persona que esté interesada en conocer a detalle la historia real la puede encontrar en el libro “An American Company: The Tragedy of United Fruit” escrito por Thomas McCann alto ejecutivo de la compañía que conoció de primera mano la forma en que se manejó la propaganda para convencer a los políticos, los medios y la opinión pública en Estados Unidos y en Guatemala, de que los rusos se habían adueñado de nuestro país, simplemente porque en el gobierno de Arévalo se autorizó la formación de un sindicato en esa empresa.

Hoy en día seguimos viviendo polvos de aquellos lodos porque la propaganda diseñada por la UFCO para justificar el derrocamiento del gobierno en Guatemala sigue siendo el instrumento más útil para quienes trabajan con ahínco para mantener el sistema protector de la impunidad y la corrupción. Los profundos resabios de macartismo tropical no desaparecieron sino que con el correr del tiempo se fueron exacerbando y son los que explotaron quienes plantearon que la lucha contra la corrupción era una operación de la izquierda mundial en contra de nuestro indefenso Estado, teoría que no sólo vendieron localmente sino que pudieron vender en los Estados Unidos, especialmente en la Casa Blanca.

Si lo de 1954 fue una distorsión de la realidad para proteger los intereses económicos de la Frutera, lo de ahora fue la distorsión perversa en la que dos gobernantes corruptos, investigados por sus actuaciones, se dan la mano y coinciden en que si Mueller era inaceptable para Trump, Velásquez no podía operar en Guatemala.

La expresión de Arreaga tendrá poco efecto en estos días, pero queda para la historia porque es el reconocimiento del papel que jugó Estados Unidos y cómo él no pudo operar en defensa del único esfuerzo serio que se ha hecho para evitar que el país siguiera secuestrado por la corrupción que no sólo beneficia a los pícaros locales, sino especialmente a los miembros del crimen organizado que disponen de autoridades sobornables, de fuerza pública sobornable, de jueces y magistrados sobornables, para construir un esquema que, de concretarse, hará que lo ocurrido en Colombia sea poco comparado con el efecto que tiene la captura total del Estado por las mafias.

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