Raúl Molina
Conocí al padre Gonzalo de Villa cuando se realizaba el Diálogo Nacional convocado por la Comisión Nacional de Reconciliación, para debatir los temas que luego se llevarían a la mesa de negociaciones entre el gobierno y la URNG. Reconocía él la importancia de lograr acuerdos de paz que reencaminaran el rumbo del país. Luego de la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera, su vida ha sido consecuente con lo propuesto en el mismo. Supimos de su ascenso dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica de Guatemala y de su paso como Rector de la Universidad Rafael Landívar; en su condición de obispo, ha sido miembro desde hace varios años de la Conferencia Episcopal de Guatemala, que ha tomado posiciones firmes, honestas y solidarias con las grandes mayorías del país, particularmente los pueblos indígenas, y durante los diez años de lucha contra la corrupción y la impunidad se ha identificado con la misma. Sé, como católico que siempre he sido, si bien ampliado a cristiano y abierto a otros creyentes y no creyentes, que llegar a ser Arzobispo ha requerido de equilibrios de variada naturaleza; afortunadamente, la presencia del Papa Francisco ha facilitado que esos equilibrios se inclinen hacia los pobres y marginados del país. Saludo al nuevo Arzobispo que ha tomado posesión de su alto cargo y firme compromiso el 3 de septiembre. El Pueblo de Guatemala deposita en él su esperanza de que ejerza su autoridad moral para promover un Estado distinto al actual, es decir, apegado a la ética.
De las noticias con relación al nuevo Arzobispo y de su entrevista reciente en Prensa Libre, rescato las frases que me impresionan más, porque comprendo que su gestión al frente de la Iglesia Católica del país estará orientada por ellas. La más impactante responde a su visión de la situación económica y social: “Es triste la hiriente desigualdad social. A nivel mundial el continente con mayor diferencia de desigualdad es América Latina. Y de los países, están a la cabeza Brasil y Guatemala. Hay gente muy rica y hay gente muy pobre, en miseria. Son diferencias abismales que llegan a generar conflictividad e incluso intentos de imponer la voluntad por medios fácticos… La realidad de desigualdad, de pobreza extrema es un drama tan grande que preocupa a la Iglesia y me preocupa a mí porque tenemos una opción preferencial por los pobres”. Frente al autoritarismo de quienes dirigen Guatemala dice “Se espera del arzobispo una palabra de aliento, pero también de cuestionamiento, de denuncia, sin manipulaciones de ningún sector”. Citó a san Alberto Hurtado, quien decía: “Acabar con la miseria, con la pobreza, es imposible, pero luchar contra ella es deber sagrado”. Con relación a migrantes y refugiados, dijo concretamente lo que debe ser la Iglesia Católica: “Es Iglesia de migrantes y de refugiados, de familias ejemplares y de familias rotas. Quiero ser voz de una Iglesia misericordiosa que sabe perdonar y también demandar justicia ante los atropellos, ante la corrupción que nos golpea y corroe, ante la violencia que nos hiere”; enfatizó: “Esto me hace muy sensible al drama de los migrantes”, y, sin duda, al de las grandes mayorías del país.