Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Un par de días atrás, una amiga muy apreciada me preguntó qué opinaba acerca de lo ocurrido con la niña de San Juan Sacatepéquez. No sabía en ese momento a lo que ella se estaba refiriendo. Me mostró, entonces, un video en el que un hombre joven, rodeado de un grupo de diversas personas, azotaba con lo que parecía ser un cincho de cuero, a una pequeña niña que recién había sido rescatada de un pozo en el que había caído accidentalmente. El video me impresionó, quizá no tanto por el accidente de la niña en sí, porque eso es algo que a cualquiera podría ocurrirle en un momento dado, sino por la actitud y el actuar del hombre que la azotó por haber caído en dicho pozo. “¿Y qué hubiera pasado si se hubiera muerto?, hubiera sido peor”, se escucha que dice el hombre después de haber propinado los azotes a la menor (lo he parafraseado). Y, aunque desconozco a fondo los detalles de lo ocurrido, no pude menos que sentir indignación y una profunda molestia al respecto, sobre todo, después de haber escuchado a través de algunos medios, un par de insulsos comentarios que justificaban la estúpida reacción del hombre ante lo ocurrido… Nada puede justificar la violencia contra un menor, y menos de la manera que ocurrió en la parte del video que pude ver. En lugar de alegrarse por el rescate; en lugar de llevar inmediatamente a la niña a un hospital para que revisaran si no había sufrido alguna fractura o lesión de gravedad, sufre además los azotes con saña de un ignorante despojado de sensibilidad a pesar de los lazos de familia que, según tengo entendido, les unen. Lamentables eventos como ese, ponen en evidencia un sinfín de realidades que extenso sería enumerar, pero valga mencionar brevemente el hecho innegable de que la niñez y juventud siguen siendo una de las eternas materias pendientes del Estado. Además, se evidencia (nuevamente) un considerable atraso en materia de educación y formación, en virtud de que ese tipo de acciones tienen también, lo aceptemos o no (la verdad duele, dice el refrán popular), una profunda vinculación con el marco educativo y cultural del país. Ahora, visto desde una perspectiva estrictamente jurídica, la Ley, en ese tipo de situaciones, más allá de los rescates de menores que realizan las instituciones a las cuales ello compete, pareciera solamente un chiste de mal gusto. Y lo más grave del asunto es que, seguramente, ese no es un hecho aislado, es decir, seguramente situaciones como esa ocurren mucho más a menudo de lo que quizá imaginamos. De este caso se supo gracias al video que ya ha circulado profusamente en medios y redes sociales, pero imaginemos los muchos casos que nunca llegan siquiera a conocerse (y mucho menos juzgarse y condenarse como debiera ser). La violencia y el abuso no se deben justificar, contra nadie, mucho menos contra una niña o niño indefenso.

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