Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Entre tantas gemas engarzadas en ese deslumbrante mosaico hay un párrafo que parece irradiar tonos diferentes, cual si no encajara en el contexto del poema. En efecto las portentosas Coplas a la Muerte de su Padre, de Jorge Manrique, resaltan la fugacidad de las cosas mundanas: “cómo se pasa la vida/cómo se viene la muerte” o cuando inquiere: “¿Qué se hizo el rey don Juan?/Los infantes de Aragón/¿Qué se hicieron?”. Destaca la recompensa en la vida eterna: “Porque, según nuestra fe/Es para ganar aquél/Que atendemos”. La vacuidad de los bienes mundanos: “Ved de cuán poco valor/Son las cosas tras que andamos/Y corremos/Que en este mundo traidor/Aun primero que muramos/Las perdemos.” Los caprichos de la fortuna: “Los estados y riqueza/Que nos dejan a deshora/¿Quién lo duda?/No le pidamos firmeza/Pues que son de una señora que se muda.”

El magno poema reitera la fugacidad de nuestra existencia. Hace un contraste – que no admite proporciones– entre la presente vida pasajera y la otra vida que es “eternal”. En ese conjunto la estrofa que parece discordante, que no encaja, es el párrafo: “Partimos cuando nacemos/Andamos mientras vivimos/Y llegamos/Al tiempo que fenecemos/Así que cuando morimos/Descansamos.” Pareciera tal verso insinuar que la muerte cierra el capítulo de nuestra existencia; que con el deceso todo termina. Tal sería un mensaje diferente al que anima a todo el poema que recalca la importancia de esa otra vida que empieza, precisamente, después de la muerte.

Sin embargo hay algo rescatable del antedicho párrafo. Es que en un sentido inmediato la muerte es un alivio. Desde la bíblica sentencia: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” el diario vivir es una carga para todos, obviamente mucho mayor para unos. Pero al sudor cotidiano le acompañan otros pesares: angustias, incertidumbres, enfermedades, senilidad, etc. El desconsuelo por el paso imparable del tiempo: “Juventud divino tesoro/ya te vas para no volver.” Tantos sinsabores que hicieron clamar al mismo Darío: “(…) pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente.”

Cuántas veces no hemos dicho o escuchado: “qué bueno que ya don fulanito descansa”; “qué bien que terminaron los dolores de mengano.” O hemos sentido, al leer una esquela, una mezcla de lamento y de sosiego. Para los antiguos griegos, los elegidos de los dioses mueren jóvenes. Por algo desde tiempos inmemoriales se viene recitando el famoso “Requiescat in Pace”, “Descanse en Paz” o “Rest in Peace”. El epitafio RIP fatal que se repite en las lápidas de mármol como mensaje despedida de este “valle de lágrimas”. En las condolencias destacamos más el descanso que los méritos postreros: “que brille para el/ella la luz eterna.”

La muerte así vista es un alivio, como Quirón, el centauro, a quien Hércules, en forma accidental, le disparó una flecha envenenada con la sangre de Hidra; fue tanto el dolor incurable que tuvo que ceder su inmortalidad a Prometeo y así poder morir para escapar del dolor. Como Hamlet: “Morir es … dormir… Nada más. Y durmiendo se acaba la ansiedad y la angustia y los miles de padecimientos de que son herederos nuestros míseros cuerpos”. Como aquella muerte que buscaba en la lejana montaña el Jinete de José Alfredo.

Vale lo anterior pero, regresando a los consejos de Manrique: “Mas cumple tener buen tino para andar esta jornada/Sin errar.” En todo caso debemos vivir con la conciencia tranquila, “sin miedo a la eternidad” y, sobre todo, agradecidos con esa oportunidad que Dios nos ha regalado, aprovechando cada minuto. La vida no es siempre fácil, pero es siempre bella.

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