Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Distintos modelos matemáticos y la opinión de expertos en epidemiología fueron advirtiendo que junio sería un mes crítico en el desarrollo de la pandemia en Guatemala y, efectivamente, parece que estamos llegando al momento en que nuestro ineficiente sistema hospitalario es desbordado por la proliferación de casos, aunque las cifras oficiales sean tan inconsistentes como para acabar por completo con la credibilidad de la ciudadanía. Cuando se nombra a un ministro de salud por sus antecedentes como asesor médico de laboratorios farmacéuticos (Genérix y Arkopharma, según un medio digital) se está definiendo el sentido que se le quiere dar al ministerio, es decir se le coloca al servicio de la industria farmacéutica, como ha ocurrido desde los años 90 hasta nuestros días y, por supuesto, las prioridades están muy lejos de ser las de promoción de la salud pública en condiciones normales, no digamos en situación de extrema crisis como la que estamos viviendo.

Obviamente el descalabro no es sólo de este gobierno y citamos la publicación relacionada con el actual ministro sólo para ilustrar sobre antecedentes que son importantes para determinar el tipo de gestión que se planificó al hacer el nombramiento. El caso es que estamos empezando la etapa crítica, que no es lo mismo a decir que es el momento crítico porque para ello todavía nos falta, con el incremento de los casos, la saturación del sistema hospitalario y el creciente agobio económico de una población que se encuentra con dificultades para subsistir y que tiene necesidad de salir a la calle a buscar el sustento, lo que se conjuga con el comportamiento irresponsable de quienes no dimensionan la situación ni adoptan las medidas básicas de prevención que se recomiendan mundialmente.

En nuestro país llega, antes que en cualquier otro, el problema de la saturación hospitalaria y de la falta de camas de intensivos, no digamos de respiradores, para atender a quienes presentan complicaciones que ponen en peligro la vida. Hasta el cansancio se ha dicho que no hay mejor prevención que el responsable comportamiento individual y, sin embargo, hay notoria resistencia a ese tipo de actitud que es la forma más eficiente para evitar los contagios de un virus que entra por las mucosas de los ojos, nariz y boca, según informa el centro de epidemiología de Milán, Italia.

Hay, tristemente, una peligrosa combinación de factores porque no se puede ocultar. Por un lado un segmento importante de la población que no se puede quedar en casa por absoluta necesidad de agenciarse de lo esencial para subsistir y con eso estoy hablando de muchísimas personas. Por el otro hay gente que no siente que la situación sea tan grave, que cuestiona la restricción de “libertad”: dispuesta por el gobierno y que simplemente no cree que les pueda afectar el virus. Son los que hacen fiesta y chupan a boca de botella pasándose el trago de unos a otros como si tal cosa.

Creo que si tenemos un Estado que no puede ni proveer a sus médicos de lo necesario para protegerlos no podemos esperar una buena respuesta para los pacientes, lo que hace mayor y más notoria la necesidad de evitar a como dé lugar el contagio, y eso implica comportarnos con absoluta responsabilidad y cuidado porque, realmente, dependemos de nuestra precaución.

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