Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

No cabe duda que la crisis enseña a la vez que concientiza. Estamos conscientes de la evolución natural de la vida, capaz de través de una capsulita de información como es el COVID-19 detener el progreso humano. Capsulita que comandada por una evolución ciega, viene a alterar un devenir establecido por naciones y grupos humanos (bueno o malo no es la discusión). La realidad es que día a día ese encuentro entre dos entornos tan distintos: el humano y la natural, pide un esfuerzo colectivo cada vez más costoso a una comunidad humana heterogénea en cuanto un sentido, un futuro, una salida, que configura no de igual manera, un modo de vivir y un sentido de vivir, chocante y confrontativo. Y así, la humanidad se halla dividida desde su interpretación sobre la pandemia, hasta cómo enfrentarla; de su significado y de su valor, hasta cómo decidir quién la enfrente y quién no.

Y por lo tanto, chocan intereses actitudes y prácticas entre grupos, mientras que el SARSCoV-2 se campea libremente en los tejidos humanos.

Y es que ante la lucha y la ceguera de intereses tan diversos que nos rodea, de los impedimentos que pone la naturaleza a nuestra forma y estilo de vida, se monta la lucha por conservar esos logros alcanzados que tenemos y que llevan a una disgregación de enfoques de dos cosas: cómo luchar contra la naturaleza o enfrentar sin equivocaciones los impedimentos que pone esta a nuestros ideales de vida y por otro lado nos colocamos ante la disyuntiva de a quién sacrificar ante ello. Y como somos tan diversos de opinión e intereses ante lo que surge de todo ello, no somos de igual manera ante los deberes y los problemas que en la marcha surgen entre sociedad y ambiente. Dada esa forma diferencial de plantearnos necesidades e intervenciones, decidimos o mantener una cuarentena (ahogando por y como valor fundamental el derecho a la vida individual versus lo colectivo) o bien lanzarnos a adquirir inmunidad de grupo o de rebaño y que decida la naturaleza quién vive o quién muera, a sabiendas de antemano, que la naturaleza no actuará en igualdad de condiciones sobre el humano; los riesgos no son de igual magnitud ni de consecuencias parecidas en todos los grupos humanos, eso pone ya en desventaja a unos (siempre son los más pobres) y eso ya quebranta la idea de Justicia ante la naturaleza.

Dada la heterogeneidad de vida humana y la línea de su desarrollo, estamos y enfrentamos un dilema, no de combatir la viremia sino de ver a quien favorecer. Y pareciera que cuanto más nos agitamos para saber, para poseer, para organizar nuestro mundo alrededor de la pandemia, más nos aprisiona una lucha entre nosotros, lucha que se agudiza más allá de evitar que el virus nos dañe o mate Esta es la verdadera red que nos constriñe: la lucha entre nosotros, nos impide atender a la naturaleza y ordenar para el bienestar tanto de ella como propio. Sólo tenemos cara para ver la lucha entre nosotros.

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