Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

El viernes 13 de marzo de 2020 el presidente Alejandro Giammattei confirmó el primer caso de COVID-19 en Guatemala. Era un pasajero guatemalteco proveniente de Italia. De acuerdo a los cánones epidemiológicos el país iniciaba la fase de importación y trazabilidad del contagio. En México se le llama fase 1, distinta de la fase 2 (contagio comunitario) y de la fase 3 (contagio generalizado). El 16 de marzo, el presidente anunció la suspensión del servicio de transporte público, prohibición de eventos públicos de cualquier tipo, cierre de fronteras y establecimientos educativos, suspensión de actividades del sector público y de una parte importante del sector privado, ley seca. Además se agregó un toque de queda de las 16 a las 4 horas. Medidas draconianas correspondientes a las fases 2 y 3.

En la epidemia se observa un discurso ambiguo e incoherente del presidente: el 13 de marzo recomendó a los guatemaltecos que se fueran a la playa; el 17 de marzo dijo que todas las empresas podían seguir laborando con las medidas preventivas adecuadas (por ejemplo la “zapatería de Doña Chonita”); visitó al Congreso y tuvo besos y abrazos con algunos diputado/as. Posteriormente flexibilizó las medidas al anunciar que podían abrir los centros comerciales pequeños. Agregase a todo lo anterior, su oposición al Decreto 15/2020 que suspendía temporalmente pagos de servicios básicos, la morosidad en la entrega de ayudas sociales, el ataque a la seguridad social, un multimillonario préstamo que minoritariamente sirve para enfrentar la emergencia. Pareciera que hay dos presidentes. El angustiado médico que con imagen de autoritario presidente gritón sabe de la vulnerabilidad sanitaria del país y le apuesta al confinamiento social. Y el presidente blando que le hace concesiones a la voracidad del gran empresariado.

Después de medidas draconianas en la fase de importación, en el umbral de la fase de contagio comunitario, la ambigüedad presidencial provocó que el cansancio social generado por la prematura cuarentena, hiciera salir a la gente a las calles. Así, en los días anteriores al 14 de mayo se disparó la epidemia con crecimientos diarios de 12 y 13%. Ese día, el presidente dio otro giro de tuerca: toque de queda total, prohibición total de circulación vehicular, cierre de mercados y tiendas de barrio salvo determinados días y horas etc., Resultado: compras de pánico, aglomeraciones, protestas y descontento por medidas diferenciadas para los productores de frutas y verduras y los distribuidores de alimentos chatarra.

El resultado es un desgaste presidencial acelerado. El “Lord” de los primeros días de la epidemia se convirtió en vilipendiado mandatario. Ahora enfrenta la rebelión empresarial y el amotinamiento popular. Porque los de abajo sufren la cuarentena y han salido con banderas blancas porque tienen hambre. Porque los de arriba ven mermadas sus ganancias y vociferan pidiendo la suspensión de la cuarentena. Sectores empresariales y la derecha extrema exigen la “inmunidad de rebaño” sin importarles la mortandad que provocaría. Propician una ley laboral precarizante y expoliadora. Minimizan al Covid-19 como simple gripe contagiosa. Desde el anticomunismo de siempre acusan a Giammattei de “estatista y socialista”. Si Giammattei ha estado mal, la ultraderecha está peor.

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