Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz Lemus

Operativamente hablando, y a grandes rasgos, la salud mental de una persona estriba en la capacidad de enfrentar las circunstancias de la vida y la capacidad de relacionarse con los demás. Capacidades que no debieran buscarse cuando se está en la crisis, sino tenerlas cuando se llega a ella. Un atleta no llega al día de la competencia sin saber de qué se trata la prueba y con que cuenta. Pero ocurre a veces, que las crisis son inesperadas.

La vida no está bajo el control de nadie. Somos partículas, digamos que actores en un escenario de muchas cosas inusitadas, que no alcanzamos a concebir que podrían sucedernos. A lo mejor son ciclos naturales y sociales que ya hemos visto antes en la historia y la existencia humana. Pero cuando ocurren cosas grandes que rompen el ritmo de la naturaleza o los determinantes sociales, hablamos de algo anormal.

En casos así, una persona puede sentirse rara o extraña, como si estuviera fuera de lugar y hasta volviéndose loca. Los seres humanos tenemos poca advertencia de lo humanos que somos, y que muchas respuestas incómodas son esperables. Además, que la gama de reacciones es múltiple y no depende solamente de la persona en sí, sino de sus circunstancias; y que cualquier realidad es diferente a las demás.

Parte de la anormalidad temporal, es el esfuerzo por alcanzar un nuevo equilibrio. Es muy complicado mantenerse impasible cuando se altera la vida y el país sufre económicamente. Los escenarios y factores son tan diversos, que sería grosero dar recetas únicas para unos y otros. Lo que a uno aflige, no es lo que aflige a otro.

Sería irrespetuoso entonces, esperar que todos tuviéramos la misma respuesta emocional y psicológica. Todo depende de la naturaleza básica de la persona, sumada a lo que le acontece. Es preciso recordar entonces que todo ser humano maneja el estrés con sus recursos, y no con la lógica fría de quien lo ve todo desde fuera.

Vivimos la instancia de un confinamiento, el temor a enfermar y la preocupación por lo económico. Solo estas tres cosas, comprometen en la tarea de establecer prioridades. Ser sensato parece lo sensato, pero no es tan fácil como se podría suponer.

Sentirse desbordado es fácil cuando se pierde el control habitual. Se quiere escapar, pero no se puede. Se niega lo que se siente, y se renuncia al recurso catártico de expresar emociones; favoreciendo con eso el aparecimiento de síntomas físicos, emocionales, intelectuales y hasta conductuales. Un ser humano en crisis puede reconectarse incluso con experiencias anteriores, conductas infantiles ya conocidas y hasta revivir traumas presuntamente superados.

Recomendaciones útiles pueden ser: expresar emociones, no culparse por no tener control de la situación, renunciar a resultados perfeccionistas, hacer cosas que se disfruten, ayudar a quien lo necesita, no engancharse con el pesimismo de otros, no exigir que todos razonen como uno, pasar tiempo con gente que beneficie, practicar diciendo no a lo innecesario.

Realizar actividades que tengan sentido es bueno para el cerebro. Estar con los seres queridos y apreciar las cosas simples de la vida, ajenas al consumismo y el prestigio social. Esto puede ser un antídoto para cualquier orgullo herido, que pueda desembocar en irritabilidad y violencia.

Hacerse el fuerte no es buena idea. No tiene ningún descrédito pasar por períodos de estrés agudo o dificultades para adaptarse a la situación, incluso tener temores desmedidos. Las situaciones de amenaza y de pérdida obligan a un proceso de duelo ineludible; un período depresivo que cada uno encara con sus capacidades, y muchas veces con necesidad de auxilio.

La forma más inmediata de mejorar la estabilidad del sistema nervioso es que los cercanos constituyan relaciones seguras, y no un factor de más tensión. El ambiente es eso, la relación con las personas. Todos necesitamos de todos.

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