Mario Alberto Carrera
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De las tendencias o escuelas poéticas la que más hondo me llega es la llamada “mística” porque la mística contiene todo el dolor de vivir y lo festivo de “El licenciado Vidriera” cuando al Barroco le da por asumir lo popular y bajar al pueblo como en el Quijote
Pero decía que gusto apasionadamente de la poesía mística de esos religiosos que aman la muerte y desprecian la vida, porque en su poesía no falta ni sobra una letra no digamos una palabra o una frase Y sobre todo la pasión con que preñan al poema que podrían engendrar al universo entero. Es fuerza, esa locura, esa pasión con que Santa Teresa dice: “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”, es el deseo del encuentro con el amante al que se desea ver “de verdad”, “en vivo”, cabello por cabello, músculo por músculo.
Por eso admiro la mística: porque prefiere la muerte a la vida con tal de conocer al amante que sólo en levitaciones oníricas se ha imaginado. He escuchado y leído frases tan fogosas como “daría mi vida por ti” pero a la hora de la verdad nunca he visto hacerlo ni siquiera en figuración. Sólo en el teatro.
Lope de vega calca parte de esos versos y los mejora. Los de “Ven muerte tan escondida” los hace ascender hasta lo más alto de la literatura española, porque insiste y mejora lo que ya ha dicho la Santa de Ávila y acaso lo diga tan excelentemente porque Lope también era cura y tuvo hijos, es decir, que probó de los dos amores terrenos y amo con la misma fuerza a otro varón. Hoy, que nos encontramos en un lapso muy peculiar del planeta me vienen estos versos a las mientes porque no puedo dejar de entrelazar y luego menos destrenzar a estos personajes: la muerte, la vida y la peste.
En estos días aciagos he pensado mucho en lo que arriba escribo porque aunque yo nada espero después de la fosa: tierra soy y tierra seré sin alma, la vida es una tortura placentera. Schopenhauer decía simplemente que la vida es dolor. Lope no deseaba sentir los pasos silenciosos y únicos de la muerte y Santa Teresa espera una vida tan dichosa en el cielo: “que muere porque no muere. Teresa sí que desea morir compulsivamente. Los demás mortales tememos el momento del quiebre de la vida. Sufrimos -porque aunque la vida me haya tratado a patadas- me gusta vivir. Sufro por el placer de dejar de vivir y los últimos lloran por su propia muerte.
Estamos bajo el globo implacable de una corona dolorosa por el lado que se vea. Pero me gustaría decir que yo a lo que más temo es a la muerte misma, al instante preciso. He dicho adiós a varios de mi familia y no ocurre nada singular. Están hablando y se mueren o están tomando un té y se van. La muerte no es ese cuadro trágico y doloroso que los grandes pintores nos han legado, pero cuando pienso en el instante en que ella asome la guadaña y me diga con la mano que marchemos, moriré de mi propia muerte.
Peste, muerte, vida y dolor es el sino del hombre. Y no obstante queremos seguir sobre la Tierra. Nuestro planeta azul y querido sobre el que quisiéramos vivir eternamente. Tal vez el planeta sea Dios, el único Dios que conocemos y al que de vez en cuando quisiéramos volver desde otro espacio, por legítima saudade
También existe la pandemia de: “Ensayo sobre la ceguera” y quizá hable de él en mi próxima entrega. Irnos volviendo ciegos poco a poco es también una pandemia si lo vemos a fondo.