Danilo Santos

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Politólogo a contrapelo, aprendiz de las letras, la ternura y lo imposible. Barrioporteño dedicado desde hace 31 años a las causas indígenas, campesinas, populares y de defensa de los derechos humanos. Decidido constructor de otra Guatemala posible.

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Han pasado cuarenta y cuatro años desde el terremoto de 1976, ese fue un evento que realmente trastocó todo; la economía, el sistema de salud, la infraestructura vial, las clases sociales, todo, pero al parecer el Estado y la sociedad contenida en él, aprendimos muy poco. Por mucho que se quiera hacer creer a la población que estamos siendo ejemplo para el mundo en la actual coyuntura desatada por el Covid19, lo cierto es que el rasero sigue siendo distinto para unos y otros y el discurso visceral del Presidente amenaza a los débiles, pero no a los que no conciben pasar meses sin utilidades. El bien común debe prevalecer, punto. La salud, no las ganancias del empresariado. La economía, sí, en función del bienestar social y del Estado mismo, y no solo de quienes se rasgan las vestiduras porque a fin de mes no podrán engordar sus carteras.

Del terremoto debimos aprender que el sistema de salud es fundamental para la sociedad y que la economía se ve seriamente afectada cuando el motor de esta se “muere” o corre el peligro de que así sea. Lo aprobado por el Ministerio de Trabajo permitiendo a los patronos suspender el contratos de trabajo, por un lado, y la aprobación de créditos para el empresariado por el Congreso de la República, es simplemente algo que cae en la desvergüenza del Legislativo y el Ejecutivo. El interés común debe prevalecer y quienes han engordado sus carteras con el trabajo de la clase obrera deberían tocar sus ganancias, sus ahorros, sus bienes de capital si es necesario, para velar por quienes les han hecho posible acumular fortunas; y el Congreso debería legislar para que eso sucediera y el Presidente debería gritar a la élite económica y empresarial de la misma manera que lo hace con los pobladores de Sololá, para que no sean pichicates y salgan a dar de lo mucho que han acumulado y no solo donaciones para lavarse la cara y ganarse el favor de la opinión pública.

Esto apenas empieza en cuanto a lo sanitario, y sus efectos en la economía se sentirán mucho tiempo después de que la emergencia en salud pase. Es una vergüenza que haya empresas que no son de artículos de primera necesidad que permanezcan abiertas pero el gobierno se ensañe con la gente que está intentando llegar a su casa luego del toque de queda. Hay que tener sensatez para aplicar la ley en tiempos de crisis, si esta no existe, se puede observar claramente el doble rasero y el clasismo con el que se actúa, y peor aún, las ganas de dictadura que denota el autoritarismo presidencial.

Por último, las organizaciones que deberían luchar por la clase trabajadora dan pena, más que bonos para sí mismos deberían estar luchando por el grueso de población que ya se está quedando sin trabajo y sin recursos para sobrevivir. El sistema los coopto y dan vergüenza. En algo tiene razón en sus fundamentalismos el creador de Doña Chonita: o nos unimos o nos hundimos; pero unirse significa equilibrar intereses y no solo salvar el pisto de unos a costa de la vida de otros.

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