Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

La crisis por la que atravesamos pone evidencia nuestra verdadera naturaleza: egoísmos, indisciplina, violencia, irascibilidad, intemperancia, terquedad, molicie… entre tantas otras joyas temperamentales.  Si teníamos duda sobre lo que somos, los días de encierro abren la oportunidad para confirmar lo que quizá sospechábamos, pero negábamos a falta de pruebas.  Ya no hay duda, nuestros “defectuelos” nos lo confirman nuestra familia, los amigos y hasta los colegas más atrevidos: somos lo que somos muy a pesar nuestro.

Pero, al tiempo que la pandemia nos desnuda en el plano personal, en el social no es de otra manera.  Lo ha aseverado recientemente el sociólogo Marie Duru-Bellat al afirmar en una entrevista publicada en Le Monde que “cette crise met en évidence les conditions de vie très inégales des Français”.  Sí, la situación que vivimos reaviva nuestras disparidades sociales a muchos niveles, empleos, educación y vivienda, por ejemplo.

El ámbito político también es revelador.  Se constata en actores ambiciosos, cínicos o inconscientes como Viktor Orbán, Manuel López Obrador, Daniel Ortega y Donald Trump.  Orbán, para referirnos a uno de ellos, según la oposición ha dado un golpe de Estado técnico, al aprovechar el coronavirus para gobernar autoritariamente. El ultraderechista, por aprobación del Parlamento, podrá emitir decretos, suspender leyes y bloquear la divulgación de informaciones “que puedan obstaculizar o imposibilitar la defensa” frente a la epidemia y aplicar penas de hasta cinco años de cárcel para los infractores.

La crisis tiene ese poder de exacerbar fibras íntimas.  En nuestros lares sucede así no solo con el CACIF que, ya se sabe, constituye una de las organizaciones gremiales más siniestras del país, sino con otros grupos organizados dentro del Estado (los sindicatos, por ejemplo) que demandan salarios adicionales sin importarles la problemática social de nuestros días.  Esas actitudes de avorazamiento son de dimensiones tales que no pasan desapercibidas.

Frente a esas inclinaciones voraces y conductas viciosas difícilmente se pueden operar cambios súbitos, pero no por ello debe hacerse un esfuerzo.  Si se parte del reconocimiento de nuestra naturaleza frágil y pervertida, podemos empezar a modificar las actitudes.  Dudo que los políticos y empresarios (al mejor estilo de los eximios miembros del CACIF) tengan redención, pero los demás, si nos lo proponemos, hay posibilidades de superación personal.  Solo el tiempo dirá si sucumbimos socialmente a causa de la pandemia que nos aqueja.

 

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