Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

El viernes pasado desayuné con el artista de la plástica guatemalteca y docente universitario Mendel Samayoa. Nos reunimos en un moderno y concurrido local de la ciudad, en donde, bajo unas enormes sombrillas que nos resguardaban de los rayos de un sol que empezaba su ascenso radiante, conversamos plácida y extensamente acerca de arte, letras, algunas ideas personales, realidades políticas y otros temas que quizá sería extenso aquí enumerar. Sin embargo, en esa dinámica de diálogo y reflexión que surgió sin pretensiones más que el gusto de reunirnos y conversar por un rato antes de que concluyera el 2019, ambos coincidimos en una suerte de cuestionamiento que, hacia el final de nuestra reunión, nos hizo converger también en una preocupación legitima y concienzuda con base en el planteamiento de una realidad que, a pesar de ser notoria, pareciera ser intrascendente para muchos en campos diversos del quehacer humano en este país –incluso el campo académico, lo cual ya es mucho decir–: el debate de las ideas. “En Guatemala no debatimos, más bien alegamos” me dijo, y no me atreví a contradecirlo, porque ciertamente, en Guatemala, incluso los llamados “debates políticos” (en época de elecciones) son transformados usualmente en insulsas conversaciones o pseudo exposiciones en las que los planteamientos serios, trascendentes (y no se diga profundos) sencillamente brillan por su ausencia. “De política, religión y fútbol no se habla en reuniones”, reza una suerte de sentencia popular ya muy arraigada en el imaginario del guatemalteco, y vaya a saber quién, desde cuándo o con qué verdaderas intenciones acuñó tal sentencia, en virtud de que, precisamente por no hablar de ello (en el marco del necesario debate de las ideas) es que el país tiene circenses peleas de box en lugar de planes y propuestas bien fundamentadas en la administración pública; por eso es que Guatemala ve partir con un one way ticket a muchos de sus grandes cerebros; por eso es que proyectos como “Quetzal I” son sacados adelante por grupos independientes de docentes y estudiantes universitarios sin que comisiones de Estado con nombres pomposos y rimbombantes (de ciencia y tecnología, como la del honorable Congreso de la República, por ejemplo) siquiera sepan de qué va la cuestión… El asunto es serio y complejo, y más allá de las discusiones o alegatos con denominaciones académicas en los que eventualmente podamos vernos inmersos; más allá de que estemos o no de acuerdo con las ideas de los demás o que nos parezcan incluso absurdas o ridículas; más allá de lo acostumbrados que estemos a defender o negar ideas clásicas que usualmente nos llegan ya “digeridas” (dispénsese el uso de la expresión); más allá de la ausencia local de esa propuesta de ideas académicas (que las hay, por supuesto, y seguramente muy buenas) el debate serio de tales ideas es sumamente importante, necesario, porque precisamente por no exponer y debatir esas ideas (entre otras cosas, claro) es que estamos como estamos… Vale la pena reflexionarlo…

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