La noticia de la captura y posterior liberación del hijo del poderoso narcotraficante Chapo Guzmán ha dado la vuelta al mundo con las escenas aterrantes de los ataques indiscriminados que los miembros de su Cártel montaron en Culiacán, México. La violenta ofensiva provocó terror entre la población que se vio obligada a encerrarse mientras que los narcotraficantes se adueñaban de la ciudad, sin que la fuerza pública tuviera opción o capacidad de reducirlos al orden.

Según las versiones periodísticas, los violentos narcos exigían al gobierno la inmediata liberación de Ovidio Guzmán, quien ocupa la posición que tuvo su padre como máxima autoridad del poderoso Cártel. El gobierno de López Obrador, según las informaciones disponibles, había trabajado para lograr su captura, pero una vez concretada la misma, la reacción que evidenció la debilidad institucional obligó a dejarlo en libertad para aplacar la acción violenta que, por lo visto, llegó a ser incontrolable aún para las fuerzas de policía y del mismo ejército que en México han tenido a su cargo la represión de los grupos vinculados al tráfico de drogas.

Colombia llegó a vivir situaciones parecidas en las que la voluntad de los cárteles ponía de rodillas a las instituciones del Estado y cuando ese país sudamericano encontró mecanismos para mermar el poder de los narcotraficantes, éstos se trasladaron más al norte, acercándose a su mercado natural, que es Estados Unidos, y han impuesto su ley en países como México, Guatemala y Honduras. En estos dos últimos es notoria y documentada la influencia adquirida mediante el soborno a políticos y autoridades que ponen a todo el aparato estatal a su servicio.

La corrupción se ha encargado, como pasó en Colombia, de minar la capacidad estatal para hacerle frente al poderío de los narcotraficantes que, con sus millones, pueden comprar funcionarios y hasta gobernantes a diestra y siniestra.

Sin duda que para el gobierno mexicano de López Obrador esta derrota es posiblemente de las más duras que ha sufrido en este primer año de su gestión al frente del inmenso Estado que hay en México y que, por lo visto, está totalmente debilitado por el increíble poder de fuego que mostró el narco en Culiacán para asegurar la liberación de Guzmán. Se sabe que hay regiones en ese país que están bajo su control, así como las hay también en nuestra Guatemala. Pero el que un gobierno tenga que dar marcha atrás tras la captura de un delincuente simplemente porque sus seguidores imponen terror a toda la población, es una muestra irrefutable de la enorme debilidad de esos estados.

Redacción La Hora

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