Gladys Monterroso
licgla@yahoo.es
“Los funcionarios son los empleados que el ciudadano paga para ser la víctima de su insolente vejación.”
Pitigrilli
El funcionario, puede ser aquel personaje que encontramos detrás de un escritorio, de una ventanilla, en un despacho u otro espacio de mínimo o máximo poder, pero que, vamos a identificar porque desde el espacio que ocupa, se encargará de tomar decisiones que de una u otro forma afectarán la vida de un ser humano.
Ser funcionario público, especialmente debería ser una labor mística, pero desafortunadamente no es así, las personas encargadas de prestar servicios públicos dentro de la Administración, son todo, menos consecuentemente humanos, para con los que buscan solución a sus problemas, o en última instancia simplemente quien les escuche.
En nuestro país, salvo contadas excepciones muy contadas, por cierto, no se le tiene aprecio por parte de quien la ejerce, a la actividad administrativa, más aún cuando derivado de la misma se tiene cierto grado de poder.
Desde la persona que recibe documentos en la ventanilla, quien ejerce el primer filtro, cual colador, para rechazar in prima instantia pertractatis, un documento del que desconoce su importancia para quien la presenta, y se atreve a rechazarla. Sin leerla, y sin ninguna potestad para hacerlo.
Otro funcionario, que merece especial mención, es aquel encargado de admitir o rechazar para su trámite un expediente en un registro público, en la mayoría se vive la misma situación, rechazan el documento por una nimiedad, para que el mismo se vuelva a reingresar, por lo que se paga la cómoda cantidad de Q25.00, para que posteriormente vuelva a ser rechazada por otra nimiedad, y se vuelta a rehacer el expediente, adicionar las especies fiscales, porque no se pueden rehusar, y nuevamente a pagar el reingreso. Los problemas mayores estriban en la pérdida de tiempo (Irreparable) y la desconfianza en el usuario.
Otro tipo de funcionario digno de mencionarse, es aquel para quien lo único que importa es resolver más expedientes, sin entrar a conocer el fondo de la historia que hay detrás del mismo, y no me refiero a la parte humana que es de suyo interesante, me refiero a la verdadera intención del administrado, que pecó de ignorancia, negligencia, o cualquier otro error, menos dolo o intención de engañar a la Administración, sin embargo, el funcionario que conoce, califica el expediente solamente desde lo superficial del mismo, y emite su resolución que equivale administrativamente a una sentencia.
Funcionarios que resuelven con el hígado, existen más de los que quisiéramos y de los que necesitamos, sin embargo, la mayoría de ellos resuelven desde la ventanilla, hasta en el despacho más importante, la vida y los bienes de las personas, sin tener la mayoría de las veces, la capacidad de ver más allá de la letra muerta, en el campo tributario son más papistas que el Papa, sin tratar de analizar la letra pequeña del expediente, menos escuchar a las partes, porque el sistema no solamente no se encuentra organizado para escuchar, además en sistema jurisdiccional, la norma no lo permite, los jueces no pueden escuchar los argumentos de las partes, si no se encuentran las dos, por lo que se convierte en un pequeño proceso.
Nos encontramos pues, en un mundo en el que no se prioriza al administrado, contribuyente o parte, como se le llame de acuerdo a la institución ante la que nos encontramos, nos hemos sentido invisibles en un mundo de documentos, en el que la palabra no tiene valor, el valor lo tiene la letra muerta de quien retuerce esa misma grafía a sabor y antojo del funcionario, quien debería ser garante del cumplimiento de la justicia, tanto en los ámbitos administrativo, tributario o judicial.
Es bastante desafortunado este mundo de funcionarios y expedientes, en el que menos importa es el ser humano, si todo evoluciona, el sistema ha involucionado infortunadamente para la población.