Raul Molina Mejía

rmolina20@hotmail.com

Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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Raúl Molina

En meses pasados, cuando hemos necesitado que la juventud asuma su responsabilidad para cambiar el Estado fallido, neocolonial y caótico, hemos escuchado como justificación para su inercia que las condiciones del país son ahora distintas; se nos dice que las y los jóvenes tienen otras maneras de interpretar las cosas y de actuar, que existe una brecha generacional. De ser así, sin embargo, se negaría la historia y la evolución social. Dos ejemplos muestran que una juventud bajo condiciones cambiantes tiene que aprender de las generaciones anteriores y dar continuidad a la lucha. Uno es la continuidad que la Revolución de Octubre de 1944 pudo mantener hasta la firma de los Acuerdos de Paz. No hubo brecha generacional; se mantuvo la continuidad del proyecto histórico. Otro ejemplo es la Civilización China, con más de cuatro mil años de historia. Sus generaciones van cambiando; pero no su responsabilidad de satisfacer las necesidades de la población más grande del planeta, sin explotar a los países vecinos.

Es cierto que las condiciones de Guatemala han ido cambiando y que las dificultades se han ido multiplicando, más ahora en un mundo neoliberal. La juventud que logró derrocar a Estrada Cabrera no pudo evitar que poco tiempo después se entronizara la dictadura de Jorge Ubico. La juventud que se rebeló contra éste y logró el triunfo de la Revolución de Octubre, se encontró a los diez años acosada por Estados Unidos, que cercenó la “Primavera Democrática”, en 1954. Pero los sueños de sostener la democracia no terminaron con el derrocamiento de Árbenz. Pronto, jóvenes militares rebeldes se levantaron en armas y las y los jóvenes universitarios nos lanzamos, espontáneamente, a las Jornadas de marzo y abril de 1962 que hicieron tambalear al gobierno corrupto y represivo de Ydígoras. Las generaciones fueron cambiando; pero el impulso revolucionario no se perdió. Se mantuvo la lucha por la democracia por la vía política, canalizada por social-demócratas, social cristianos y el PGT, y se desarrolló la guerra revolucionaria armada en todos los espacios del país. La lucha por la democracia fue diezmada por el Estado contrainsurgente, que asesinó a decenas de miles de dirigentes y militantes, y arrasó con poblaciones enteras, no armadas, que podían tener simpatías por los insurgentes. Gran parte de nuestra juventud murió en el intento de cambiar el país, dejando enormes vacíos en la sociedad; pero no hubo brecha generacional que impidiera la continuidad de la lucha revolucionaria. La necesidad de cambiar las condiciones de las grandes mayorías sigue siendo apremiante y la juventud del siglo XXI no puede evadir su responsabilidad de la lucha por el cambio. No implica pasar a la lucha armada; pero sí arriesgar la vida. Se busca hoy una solución electoral a la profunda crisis del país y eso también exige sacrificios, porque los enemigos de la democracia, que tienen secuestrado al Estado, no quieren dejar su control y mantener su impunidad. La juventud actual no puede permitir que un puñado de criminales y corruptos le robe la posibilidad de una Nueva Guatemala. ¡Hay que tomarse las calles ya!

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