De octubre 2017 a la fecha han sido deportados 132,843 guatemaltecos que trataron de emigrar a Estados Unidos y que fueron detenidos por las autoridades. Todas esas personas vuelven a toparse en su país con las mismas condiciones miserables que les forzaron a buscar salida en la migración hacia el Norte, con el agravante nada despreciable que significa la deuda contraída con el o los Coyotes contratados para realizar la peligrosa y difícil travesía.

En Guatemala es muy fácil conocer a personas que han emigrado o que desean hacerlo y por ello es que todos sabemos que el viaje les cuesta un ojo de la cara con todo y que no representa ninguna garantía de que podrán llegar al ansiado destino. Por el contrario, cada uno de los migrantes que contratan a esos expertos traficantes de personas tiene que suscribir documentos que respaldan la deuda contraída que tiene que ser la primera obligación a honrar por quien logra establecerse en alguna parte de Estados Unidos.

Y si para quien tiene la fortuna de tener una exitosa travesía el pago al Coyote es una pesada carga, cuánto más para quienes son víctimas del infortunio y tienen que llegar deportados a Guatemala, de vuelta a esa vida llena de miserias y carente de oportunidades que les expulsó del terruño. Y llegan a un país donde nadie mueve un dedo por ellos ni existe ninguna política estatal orientada a facilitar de alguna manera su reinserción a esa vida plagada de dificultades. Un reportaje de La Hora Voz del Migrante frente a la salida del aeropuerto por donde vuelven los deportados nos muestra el drama que diariamente viven esos miles de personas que sufren una especie de doble infortunio.

Bien se ha dicho que la migración resulta incontenible en la medida en que aquí sigan prevaleciendo las condiciones miserables de vida que castigan a una gran cantidad de guatemaltecos. Históricamente las migraciones se producen especialmente por factores de pobreza o abandono y alrededor del mundo hay países que se convierten en atractivos por ofrecer facilidades para ganarse la vida y hay otros que son los que están constantemente generando esos dramáticos flujos de migrantes que huyen de la miseria, del hambre y la inseguridad, pero sobre todo de la plena certeza de que en su tierra nunca van a tener una oportunidad.

Así como cada mes aumenta la cantidad de remesas que nutren nuestra economía, también crece exponencialmente el número de los deportados a los que no ofrecemos siquiera simpatía, no digamos verdadero y efectivo apoyo.

Redacción La Hora

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