Sandra Xinico Batz

sxinicobatz@gmail.com

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Sandra Xinico Batz
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El miedo ha sido un mecanismo de control constante en nuestra historia, lo hemos heredado y todo esto se provocó a través de mucha violencia. Es unos todos contra todos, pobres contra pobres. La psicosis que se genera es agobiante. Se encrudece el empobrecimiento y la violencia aumenta. Esto no se cura con militarización o con ofertas de “muerte a los criminales” con que vendrán los partidos políticos quienes en otras ocasiones ya han financiado esos aumentos en la criminalidad para que peguen sus campañas y beneficiarse con votos.

Vemos a los ejecutores, pero poco o nada sabemos de quienes les pagan para delinquir. Asociamos la violencia sólo con los más pobres, pero no vemos más allá. No solemos percibir que los poderosos se benefician de nuestros miedos porque el miedo inmoviliza y hace que nos individualicemos cada vez más, lo que no permite la organización y a pesar de que somos mayoría no percibamos la fuerza que coordinados podríamos tener. La represión cala.

Tenemos miedo a reconocer que este sistema nos somete y explota hasta la muerte y que por eso no podemos pedirle “humanidad” o esperar a que sea “social” sino que necesitamos destruirlo y ajusticiar a quienes se han beneficiado de la pobreza de la mayoría. La impunidad en la que se revuelcan los gobernantes en este país evidencia que el Estado no puede curarse así mismo. Que un presidente no permitirá que su hijo y hermano paguen por sus crímenes, así como un diputado no permitirá que su hijo sea encarcelado por criminal o que una jueza deje de mover sus influencias para proteger a su hijo femicida. Aun así seguimos creyendo que los rostros tatuados son el origen o la reencarnación de todo el mal.

Nos enseñan a tenerle medio a las discusiones que impliquen política, religión o que apelen a nuestras opiniones. ¿Cuándo en la escuela nos motivaron a discutir sobre la realidad local o nacional? ¿Cuándo nos motivaron a accionar contra la injusticia? ¿Cuándo nos motivaron a perder el miedo?

Esa necesidad de sentirnos incluidos o tomados en cuenta por el sistema hace que perdamos nuestra dignidad y que permitamos que se burlen en nuestras caras, como cuando en época electoral las candidatas y los candidatos llegan a nuestros pueblos y les recibimos vistiéndoles con nuestras indumentarias. Durante su campaña son capaces de disfrazarse de indígenas para atraer votos y ya en Estado procuran que el racismo no deje de ser la base en la que operan sus políticas.

Hasta Jimmy Morales fue ungido por la “Nana Winter”, un personaje perverso que no representa a los pueblos originarios, que además de estar vinculada con genocidas ha servido de operadora de partidos políticos corruptos, sus supuestas contribuciones a la cultura se han tratado de pura folklorización como ha sido su papel en el Festival Folklórico Nacional Rabin Ajaw al ser una de las primeras representativas de este concurso que ganó en tiempos en el que el jurado se componía de finqueros y militares.

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