Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Enero huele a pañal de ojo de perdiz recién lavado; de los pañales de antes que ya no se usan por haber sido desplazados -como todo- por los desechables. Huele enero a niño tierno, a polvos blancos y aceites protectores. Recuerda enero el aroma de madera de los lápices amarillos enteros, con borrador; y evoca también la cera de los nuevos crayones de colores y las barras de plasticina.

Nos trae a la mente la fragancia pura de los libros nuevos, de los cuadernos blancos. La curiosidad por leer las listas de útiles escolares y de los nuevos compañeros de la clase. El dilema sobre los nuevos profesores. La expectativa sobre las materias que habremos de aprender; qué clases serán difíciles y cuáles más relajadas.

Enero es la alborada, la luz rosada que se insinúa en el oriente y anuncia el nuevo día. Un capullo que muestra los bordes blancos de los pétalos del mañana, una rosa que aún no se abre. Enero tiene la solemnidad de los anillos que los cónyuges se entregan en los esponsales. Enero es el banderazo que marca el inicio de una maratón de doce meses. Es el silbato del árbitro que arranca el juego. Enero es el almanaque entero que se cuelga de una pared visible donde aparecen en rojo los domingos y al final encontramos las fases de la Luna. Son las primeras páginas de la agenda de 365 hojas.

Enero es la plegaria que se dirige al cielo pidiendo la protección divina para todo el año. Es el canto de agradecimiento por una nueva oportunidad para encontrar la razón que cada uno tiene, de estar en este mundo. Es el primer paso en el encuentro de la armonía interna. Es el escrutinio que dirigimos al cielo nocturno tratando de descubrir en las estrellas algunas señales de lo que será la fortuna del año nuevo. Es la apuesta, el vaticinio, el horóscopo. Y como dijo Yogi Berra: “Es muy difícil hacer predicciones sobre todo del futuro.”

Sobran los buenos deseos por un “venturoso” año (expresión que estaba impresa en las tarjetas navideñas). Me uno a esos deseos que son bienvenidos, pero generalizados. Por eso, con más detalle quisiera que hubiera un proceso electoral transparente y democrático; que se reformen varios artículos del Código de Trabajo para permitir mayor contratación (tiempo parcial y salarios diferenciados); que se revisen los impuestos territoriales (IUSI) y aquellos que gravan los traspasos de inmuebles. Que la Municipalidad (capitalina) implemente soluciones efectivas al pavoroso tráfico vehicular que nos está ahogando, aunque sean proyectos a futuro; más infraestructura, ordenación y mejora del transporte público. Que avancen con los anillos metropolitanos. Que se abra el libramiento de Chimaltenango y un paso a nivel en San Lucas. Que implementen los brazaletes electrónicos y mejoren las condiciones carcelarias. Que se ponga en marcha el proyecto del tren a nivel nacional. Que se abran las fronteras con Honduras y El Salvador. Etc. Mucho que pedir a Dios.

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