Arlena Cifuentes
Arlena_dcifuentes@hotmail.com

Ante la inminente elección de un nuevo Gobierno y un nuevo Congreso, procesos en los cuales estaremos involucrados es importante intentar desmenuzar algunos aspectos de lo que estará plagada la contienda a partir del 18 de enero. Dado que en nuestro país los habitantes carecemos de cultura política, pretendo trasladar algunos elementos que debemos tomar en cuenta a la hora de elegir candidatos. Subrayo que no está dirigido a los especialistas en el tema, quienes lo podrían hacer mejor que yo, ni tampoco a los académicos, ni a los comunicadores ni a los columnistas que dominan estos temas.

Es necesario entonces, aclararnos y saber diferencia entre el discurso meramente populista, del cual todos echarán mano, y los ofrecimientos que acompañan a este tipo de discurso. El populismo es un instrumento que, ya sea de izquierda o de derecha, tiene como objetivo fundamental, hacerse del poder político, sobre la base de ofrecimientos cortoplacistas. Su énfasis recae en lo inmediato apoyándose en la demagogia en donde prevalece la emoción sobre la razón. Lo que separa el significado de populismo y de la demagogia es una línea muy tenue, desde mi punto de vista.

El populismo diferencia entre las élites y el pueblo, de nuevo el calificativo de los buenos y los malos están presentes. La izquierda proclama devolver el poder al pueblo, de quienes tienen una posición económica acomodada lograda a costa de la explotación de los pobres. El populismo de izquierda se cataloga como sinónimo de estar con los pobres, es decir con los buenos. Alimenta los sentimientos negativos en contra de los que han sido más beneficiados; es decir los malos, que como ya señalé le quitan al pobre para hacerse ricos.

El populismo de derecha al igual que el de izquierda se presenta como la posibilidad del cambio, puede ofrecer al electorado la reducción de los impuestos, proponer políticas asistencialistas, emplear mecanismos de manipulación y falsas ofertas para obtener el apoyo popular, incorporan al discurso que su fin es la “justicia social” y amedrentan con las políticas izquierdistas. Podrían proclamarse como un liderazgo distinto al existente. Apela a los sentimientos de exclusión y marginación.

Esbocemos un poco lo que es la demagogia, esta apela a los sentimientos a las emociones a la vulnerabilidad del pueblo, se aprovecha fácilmente de su ignorancia y desconocimiento. Exacerba pasiones, deseos, miedos. Se basa en la mentira para conseguir el voto popular. Su objetivo: las clases sociales sin privilegios económicos.

El populismo pregona en el discurso lo que el electorado necesita escuchar y que tiene que ver con el falso ofrecimiento a la solución de sus problemas. El peligro en nuestro país es que somos tierra fértil, ante la ausencia de una cultura política, la cual se evidencia en las diferentes clases sociales y que no necesariamente responde al nivel educativo o posición social de los habitantes. El populismo manipula fácilmente al pueblo con el objeto de hacerse del poder.

La práctica del populismo no permite la implementación de políticas públicas. Su oferta, por lo general, es cortoplacista, meramente emotiva. El populismo rompe la discusión, no se puede confiar en su discurso.

Nuestra responsabilidad es intentar brindar cierta orientación a la población para que no sea fácil presa del oportunismo de quienes pretenden ser electos en los próximos meses.

Insisto en que ante la falta de un liderazgo que impulse un proyecto congruente que proponga soluciones de corto, mediano y largo plazo a los problemas urgentes, no es tarde para generar una propuesta política única que nos sirva de punto de partida y que comprometa a los partidos en contienda a asumirla como programa de gobierno.

Digamos NO a una contienda electoral que se convierta en una lucha de discursos sin sustento ni contenido que solo busque su propio beneficio.

Artículo anteriorLos sabores de enero en un año especial
Artículo siguienteUn asalto, casi armado, al Estado de Derecho