Luis Enrique Pérez

lepereze@gmail.com

Nació el 3 de junio de 1946. Ha sido profesor universitario de filosofía, y columnista de varios periódicos de Guatemala, en los cuales ha publicado por lo menos 3,500 artículos sobre economía, política, derecho, historia, ciencia y filosofía. En 1995 impartió la lección inaugural de la Universidad Francisco Marroquín.

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Luis Enrique Pérez

Ser político debe ser una profesión, como lo es ser albañil, ingeniero, arquitecto o médico. Por supuesto, cada profesión tiene su función propia, que precisamente la distingue de otras profesiones. Es evidente cuál es la función propia del albañil, o del ingeniero, o del arquitecto, o del médico. Empero, ¿cuál es la del político?

La función propia del político no es, por ejemplo, engañar a los ciudadanos o robar recursos públicos, aunque engañe y robe. Tampoco la función propia del albañil es construir casas que se derrumban, aunque se derrumben; ni la función propia del ingeniero es aplicar erróneamente la física y la matemática, aunque aplique erróneamente esas ciencias; ni la función propia del arquitecto es diseñar absurdamente un edificio, aunque lo diseñe absurdamente; ni la función propia del médico es multiplicar los males del enfermo, aunque los multiplique.

La función propia de una profesión persiste aunque tal función no sea cumplida eficazmente. ¿Cuál es, entonces, la función propia del político; aquélla que persiste aunque los políticos no la cumplan eficazmente? La función propia del político es gobernar el Estado, es decir, gobernar la sociedad política, o sociedad general, y no la sociedad particular, constituida, por ejemplo, por los miembros de una familia.

¿Y qué es gobernar el Estado? Es dirigirlo hacia el bien común, es decir, hacia el bien de todos los ciudadanos, y no solo hacia el bien de algunos. El político dirige el Estado hacia ese bien mediante la autoridad y el poder. La autoridad es la facultad de mandar. El poder es la facultad de obligar a que los mandatos sean obedecidos. Si tal es la función del político, su importancia en la sociedad es extraordinaria.

El político profesional debe saber primordialmente cuál es la naturaleza del bien común. El político que cree que el bien común no es concretamente el bien de cada uno, sino que es abstractamente el bien de todos, comete un error. No puede haber un bien común que no sea el bien de cada uno. Un filósofo de la política se expresaría en estos términos: el bien común es común, no porque es un bien que no es bien de nadie, sino porque es un bien que es de todos.

El bien común, o bien de todos, es una rica suma del bien de cada uno, y no un vacuo bien que no es el bien de nadie. Precisamente porque el bien común es la suma del bien de cada uno, no es, por ejemplo, una vaca o un martillo, como si todos los ciudadanos debieran tener una vaca o un martillo. El bien común es el derecho de cada ciudadano a procurar su propio bien particular. Quien crea que tener vacas es procurar su propio bien, ha de poseer el derecho a tener vacas; y quien crea que tener martillos es procurar su propio bien, ha de poseer el derecho a tener martillos. El político profesional sabe, entonces, que gobernar no es, por ejemplo, suministrar al ciudadano vacas o martillos, sino garantizarle el derecho a procurar su propio bien particular; y puede procurarlo o no procurarlo con vacas o martillos.

Post scriptum. Una sociedad que cree que tener gobierno es mejor que no tenerlo, necesita políticos; pero necesita políticos profesionales. Y creo que idealmente, como en un ensueño romántico, el partido político debe formar políticos profesionales, de modo similar a como una universidad forma, por ejemplo, médicos, ingenieros o arquitectos profesionales.

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