Raúl Molina
El 2018 me golpeó con adversidades familiares y personales de gran impacto. Perdimos, como familia, a Aída, una de mis hermanas pequeñas, ante un cáncer vertiginoso e imparable. Aparte de sus muchas cualidades humanas, con frecuencia me brindó apoyo para mis aportes políticos por una Guatemala mejor. Y, en el plano personal, también vi partir a dos amigos extraordinarios, Max Berrú, en Chile, y Juan Ramón Ruiz, recientemente en Guatemala. Ambos de mentalidad y práctica revolucionarias que aportaron a las luchas de sus pueblos y ambas personas sumamente queridas por su don de gentes y permanente solidaridad. No solamente yo he sentido el impacto de estas tempranas partidas, sino que sus familias y comunidades se encuentran con un vacío muy difícil de llenar. Con sus ejemplos, sin embargo, quiero decir adiós a las adversidades personales de este año.
Ha sido un año particularmente oscuro, con adversidades altamente significativas, también en el plano político. Llevado de la mano de las ideas y actos supremacistas de Donald Trump, el fascismo ha salido, no del closet, sino que de las pestilentes cloacas donde debiera permanecer, y trata de infestar al mundo nuevamente. Desde todos los rincones de Estados Unidos y de otros países del mal llamado “primer mundo”, quienes creen que unos grupos étnicos son superiores a otros tratan de resucitar el nazismo, el fascismo y todo tipo de expresiones de apartheid, segregación, xenofobia y discriminación. En los “países dependientes” han surgido figuras funestas como Bolsonaro y Macri, empoderados ambos por Trump, y desde el pinochetismo se presiona a Piñera para retroceder en materia de derechos humanos y para ignorar los derechos de los pueblos indígenas y de migrantes en Chile. Trump ha querido criminalizar la migración, hasta de niñas y niños, y cual corderos le hacen eco los gobiernos de Honduras, Guatemala y, de manera increíble, hasta Chile, cuyos nacionales ha gozado de la hospitalidad de otros pueblos. Apenas hace unos días, una niña y un niño, ambos guatemaltecos, han muerto bajo custodia de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, lo que ha expuesto las terribles condiciones en que dicho país coloca a las familias de quienes quieren ingresar a hacer los trabajos que los estadounidenses necesitan y no hacen. Hasta en la actual Casa Blanca se contratan migrantes de Guatemala, sin papeles, para prestar servicios domésticos. Todas estas corrientes neofascistas actúan con prepotencia, tratando de retorcer la ley a su favor y desactivar el Estado de Derecho. El ejemplo más claro es Jimmy Morales en Guatemala. Ha violado la Constitución y quiere desmantelar ahora la Corte de Constitucionalidad, ha pasado por encima del derecho nacional e internacional y quiere perpetuar la Dictadura de la Corrupción. Para decir adiós a este gobierno, adversidad que alcanza el punto de flagelo, no podemos esperar a un proceso electoral, posiblemente amañado por los “poderosos”, sino que tenemos que expulsarlo ya. Organicemos todo tipo de acciones que garanticen que el gobierno de las y los corruptos no llega a cumplir tres años. Contra los tiranos, el pueblo tiene el derecho a la rebelión.