Francisco Cáceres

caceresfra@gmail.com

Nació en Guatemala el 19 de Julio de 1938; tiene estudios universitarios y técnicos en ciencias jurídicas y sociales, administración empresarial, pública, finanzas, comunicación, mercadeo y publicidad. Empresario, directivo, consejero y ejecutivo en diversas entidades industriales, comerciales y de servicio a la comunidad. Por más de 28 años consecutivos ha sido columnista en este medio.

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Francisco Cáceres Barrios
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Los convivios empresariales en nuestro país empezaron a tomar auge en la segunda parte del siglo pasado, cuando los que trabajábamos en un mismo lugar o con la misma dependencia dispusimos pasar momentos de concordia y buena armonía con quienes habíamos pasado a lo largo del año las vicisitudes del trabajo diario, es decir, queríamos pasarla bien, en un sitio cómodo, aunque no lujoso, para confraternizar y disfrutar de la buena amistad forjada a través del tiempo. Como todo en la vida, de algo espontáneo, tranquilo y hasta podría llamarse sencillo, fue evolucionando hasta volverse todo un fiestón, pasando de lo módico, a costar elevadas sumas de dinero, como que en vez de utilizar la acostumbrada coperacha, aportación no significativa que cada quien tomábamos del aguinaldo, pasó a constituir un costo en los registros contables.

Hoy, hablar de convivios es pensar en un gran evento, que pasó de ser una prestación voluntaria a un complemento del aguinaldo y que incluso es contemplado en los pactos colectivos. Hasta aquí, hemos hablado de convivios de carácter privado, no así de los que se celebran en el Estado, sus dependencias y en entidades públicas autónomas o descentralizadas, en donde resultaron ser tan costosos, que tuvieron que ser incluidos en los presupuestos anuales, perdiéndose lamentablemente su objetivo principal que no debiera ser otro que la confraternidad y el compañerismo. Llegó a tal punto el jolgorio que ya no los realizan en los lugares de trabajo, sino contratan servicios e instalaciones especiales o se escogen lugares abiertos sin importar que estén en sitios alejados.

Ahora, es forzoso contar con música en vivo, mejor si se tienen variados intérpretes con tonos suaves al principio, que permiten escuchar lo que se conversa, subiendo de tono hasta impedir la capacidad auditiva de los presentes, como que de paso, provoque a los comensales pegar de brincos y hasta ejecutar movimientos corporales de carácter cataléptico o esquizofrénico. De bebidas embriagantes ¡ni hablar! Mejor si es en barriles, porque ello permite satisfacer a los participantes. Como que la comida debe ser opípara y sustancial compuesta de boquitas y alimentos de primera calidad.

Por sabido se calla que todo el anterior disfrute no le cuesta a los servidores públicos ni un solo centavo. Tampoco a los jefes, subalternos, proveedores, ni a los invitados especiales que nunca faltan. Ese dinero se obtiene del dinero que los contribuyentes, se supone, aportamos para el sostenimiento de los programas del Estado que debieran ser de primera calidad y no todo lo contrario, lo que a todos consta a lo largo de todo el año.

Hay que ser claros. A ningún chapín nos disgusta que los servidores públicos sean bien tratados y debidamente remunerados, siempre y cuando su trabajo sea puntual, eficiente y cordial, en vez de dar indiferentes y hasta insolentes tratos, incluyendo la suspensión constante de sus servicios. Ahora bien, ¿no todo lo anterior amerita que nuestras autoridades debieran dar por finalizados los mentados convivios?

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