Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

post author

Luis Lorenzo Fernández

Jesús visita a sus buenos amigos, Lázaro, Marta y María. Marta se ocupa, afanosamente, de todos los detalles. María por su parte se sienta a los pies del Maestro. Marta reclama. No le parece justo que ella esté arreglando la casa y preparando la comida mientras María se queda extática, contemplando y escuchando al visitante. Jesús contesta: “Ay, Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María escogió la mejor parte (…)” (Lucas 10: 38). Parecería un reclamo a Marta, pero no lo es, por cuanto Marta hacía algo bueno y necesario: servía la mesa y cocinaba.

En los umbrales del fin de año y previo al ambiente festivo de las navidades y fin de año, se abre un espacio de reflexión acerca de la caducidad del año, de la fugacidad de la vida. Un pensamiento sobre el tiempo que se escapa incontenible como agua entre las manos. ¿Qué nos deja? Por ello cobra especial sentido una escena del evangelio. Debemos vernos en el espejo de las dos hermanas. Nos atribulamos tanto por las cosas cotidianas. Algunas son, buenas y necesarias, como el quehacer de Marta; así tenemos las ocupaciones propias del trabajo, estudio, la familia, los negocios. Otras agitaciones son externas como el pavoroso tráfico, la falta de trabajo, la inseguridad imperante y unas últimas son frívolas como ver el juego del Barcelona, obtener la última app, rebajar unas libritas, quitar algunas arrugas, adquirir el último modelo de celular.

Con el aroma del fiambre sentimos la presencia de los seres queridos que se adelantaron. Solo nos queda su memoria. Lo demás, lo material que nos hayan legado, es pasajero y parece como aquella estafeta que se entregan los corredores olímpicos de relevos. Lo que tenemos en vida se queda aquí, lo tendremos que dejar; lo que hacemos en vida nos acompañará siempre, hasta en la otra existencia y se impregna con el recuerdo que se crece en estos días. Por ello debemos buscar esa cosa única e importante a que hizo referencia Jesús. Al margen de interpretaciones religiosas, lo que se procura obtener es una paz interior, una armonía con uno mismo. Conformidad con las cosas cotidianas. Todo lo demás es vanidad: “vanidad de vanidades, todo es vanidad.”

Pregunto, como el poeta: “Qué se hizo el rey don Juan/Los infantes de Aragón/¿qué se hicieron?/¿Qué fue de tanto galán? (…) ¿Qué fueron sino verduras de las eras? (…) ¿Qué se hicieron las damas/sus tocados, sus vestidos/ sus olores? (…) ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos/de amadores? (…) ¿Que se hizo aquel trovar? /las músicas acordadas que tañían, ¿que se hizo aquel danzar, aquellas ropas chapadas que traían? (…) ¿dónde iremos a buscarlos?/ ¿qué fueron sino rocíos de los prados?”,

Empero la fugacidad de la vida no nos debe llevar a visión sombría, todo lo contrario, debemos aprovechar cada instante, disfrutar al máximo de los buenos momentos, como saborear un delicioso fiambre.

Artículo anteriorOtras personas rescatadas del olvido (Nuevo Gran Diccionario Biográfico) -39-
Artículo siguienteConsuelos Porras: 2 x 1