Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

La libre expresión del pensamiento es un derecho garantizado por nuestro sistema jurídico como una muestra de madurez política alcanzada luego de innumerables sacrificios a lo largo de la historia reciente guatemalteca. Con todo, no hay garantías de que los políticos la respeten en el ejercicio del poder, al sentirse amenazados en su interés por actuar de manera libérrima y de manera impune.

En período electoral, los candidatos suelen ser blandos al expresar su apoyo a la profesión periodística, suelen adherirse a la idea de que respetar el pensamiento es un pilar fundamental en la vida democrática de un país. Parecen claros del valor que tiene la prensa en general en la dinámica de la participación de las instituciones en la tarea cívica de un Estado de derecho.

Sin embargo, todo queda desvanecido cuando, al dejar de ser candidatos, ya como funcionarios públicos, se ven descubiertos como son.

Entonces comienza la distancia. Primero, alejándose de las declaraciones públicas, no permitiendo el acercamiento de la prensa, evitando las conferencias que antes eran puntuales y abiertas.  Luego, confesando incomprensión, victimizándose frente a medios juzgados como conspirativos. Para, finalmente, obstruir la tarea periodística y atacar frontalmente.

Hay que decir, sin embargo, que, aunque la mayor parte de políticos transitan el escenario apenas descrito, hay otros que hacen la excepción.  Se trata de líderes más avezados con capacidad de diálogo y cintura política.

Los que inteligentemente se baten en duelo con la opinión pública para sacar adelante sus proyectos y, quizá más aún, para aprovechar el pugilato en beneficio propio.  Son los menos, claro está.

La mayor parte de nuestros líderes, al no ser políticos de profesión, quiero decir, no solo con la suficiente formación intelectual que los capacite para una labor decorosa, sino sin mayor experiencia en el funcionamiento del Estado, su “modus operandi” suele ser burdo, rudo y canallesco.  De modo que, al sentir el peso de la crítica de la sociedad civil, lo natural en los políticos de nuestra llanura es la pugna.

Y si sucede, como en el caso de nuestro presidente actual, que tiene afinidad por lo castrense, lo bélico puede ser un recurso espontáneo.  Por ello, no sorprende que se disfrace de comandante, alabe la función del Ejército y aparezca con toda la parafernalia cuartelera.  Es un escenario complicado para la libertad de expresión, porque el coctel está servido para ir más allá de la amenaza.  Se trata de un gobernante de esos que hemos conocido en el pasado, sin escrúpulos.

Creo que como sociedad debemos abrir los ojos para no permitir el acoso en busca del respeto de las garantías ofrecidas por nuestra Constitución Política.  Cada vez hay más evidencia del descontrol del gobierno y el ruido de las amenazas contra la libertad de expresión ha subido de nivel.  Usemos los mecanismos propios que ofrecen las leyes y denunciemos los ataques para el establecimiento y permanencia del sistema democrático.

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