El escritor Arturo Ortega Morán escribió alguna vez: “Hablar de calma chicha es hablar de la quietud. Pero no de esa que cura la fatiga, no de esa que abre espacios a la meditación, no de la que es remanso en la turbulencia de la vida. Hablar de calma chicha es hablar de la otra quietud, la que desespera, en la que no hay negro ni blanco, ni frío ni calor, ni bien ni mal… la que sabe a muerte”.
Pues esa es la calma que por ratos se vive en Guatemala luego de las tormentas que arma el gobierno con sus decisiones centradas, todas, en la obsesión que tiene el Presidente con la CICIG y que le han alimentado astutamente todos aquellos que también tienen la cola machucada y que no tienen que dar la cara para atacar la lucha contra la corrupción, porque para eso le pusieron, y bien puestos, los patines al señor Morales, quien está interpretando el libreto con una disciplina que nunca tuvo cuando fue actor.
En esta calma chicha que desespera porque no pasa nada ni bueno ni malo, no es que los perversos se crucen de brazos y dejen de actuar. Por el contrario, es cuando el trabajo se realiza de manera menos abrupta y silenciosa, pero cuando se escucha a los diplomáticos chapines que van y vienen en el diseño de la estrategia y se reúnen con todos los operadores del ya famoso Pacto para afinar detalles de lo que empezó simplemente como una apuesta para mandar por un tubo a la Comisión Internacional Contra la Impunidad, pero que en el fondo pretende establecer la Dictadura de la Corrupción. Ahora hablan ya hasta de un plan para no hacer elecciones el año entrante o, en todo caso, hacerlas de manera amañada para garantizar que siga la fiesta.
En La Hora hemos sostenido que más allá de lo que pueda haber de interés personal de Morales en este pleito, que es mucho, está el interés de todos los corruptos por revertir lo que el país avanzó desde el año 2015 para que pueda afianzarse, sin temores ni complicaciones, el modelo que permite la cooptación del Estado, juego que ha resultado sumamente lucrativo tanto para los que financian a los políticos como para éstos que se bañan en pisto jugando a la corruptela que les provee de abundantes millones para fabricarse una vida sin preocupaciones para el futuro.
Y el ciudadano tiene que entender que la calma chicha opera en su contra y que debe estar atento si no quiere que lo madruguen.