Arlena Cifuentes
Arlena_dcifuentes@hotmail.com

La reciente tragedia ocurrida por la erupción del Volcán de Fuego demostró cómo la sociedad guatemalteca puede solidarizarse y responder en función de un objetivo común: La mitigación del sufrimiento de un segmento de la población que movió corazones. Por otra parte, la empatía, el ponerse en los zapatos del otro, haciendo de lado el racismo, la clase social, la religión, etc. Deseo subrayar que el gran ausente fue la clase política, hay que decirlo hasta la saciedad.

¿Qué lectura correcta darle a la reciente respuesta de solidaridad? Para Émile Durkheim “la solidaridad social se encuentra en la conciencia colectiva” “es importante no confundir solidaridad con altruismo o generosidad, que son más bien verticales y que producen intercambios entre los que están “arriba” generosos y magnánimos, y los otros que están “abajo” pobres y menesterosos.” En lo personal quisiera creer que la nuestra no corresponde al concepto de verticalidad. Esa reacción inmediata en los diferentes sectores que podría ser esperanzadora para el presente y el futuro de Guatemala, si lograra canalizarse en la búsqueda de puntos de encuentro, de lo que tanto se ha hablado. Indudablemente es la desconfianza a nivel individual lo que no nos permite iniciar la búsqueda del interés común y ponernos de acuerdo en los tres o cuatro problemas fundamentales a solucionar.

Claro está que la solidaridad espontanea manifestada ante el sufrimiento de los menos favorecidos movió la sensibilidad, la humanidad, la compasión de una buena parte de guatemaltecos. Si el dolor de otros puede unirnos, ¿Por qué permanecer indiferentes ante el sufrimiento permanente que sabemos que viven millones de guatemaltecos? Traducido en desnutrición, abandono, una total carencia de fuentes de trabajo, sin acceso a la educación y a la atención de salud. ¿Será que nos hemos acostumbrado a ello y las fibras que nos movieron para responder a los hechos recientes se han insensibilizado ante la tragedia permanente en que viven miles de nuestros congéneres? O, ¿Sólo se trató de un simple intercambio entre los de “arriba y los de “abajo”?

¿Por qué somos una sociedad tan polarizada, tan fácilmente fragmentable? El hecho de que consideremos que no tenemos un origen común (racismo) y por ende tampoco un sentido de pertenencia compartida (que no nos lo da el territorio) nos hace fácil presa de cualquiera que tenga sus intereses bien definidos. Es decir, de quienes ostentan o pretendan obtener el control y el poder, llámese económico, político, social, religioso o de cualquier otra índole. No nos identificamos como miembros de un todo. Entiendo que la diversidad cultural tiene su incidencia. Sin embargo, sabemos con certeza que la población maya como la población ladina pobre debido a su condición de vida paupérrima, ha tenido poca o ninguna incidencia en relación al tema de la cohesión social. Ellos conforman la masa amorfa utilizable en función de cualquier interés político, sindicalista o como sucedió en la guerra interna, que sirvieron de carne de cañón entre la guerrilla y el gobierno.

¿Cómo enfrentar la polarización? Escribir nuestra historia verdadera y aceptarla es imperativo, si queremos superar la profunda fragmentación y polarización social que hoy enfrentamos y que pareciera agudizarse cada día más. La ausencia de una historia compartida nos impide tener un mismo asidero del cual partir para enfrentar hombro con hombro todo aquello que ponga en peligro la vida, la dignidad, el bienestar de un segmento o de toda la población, no digamos de lo que pueda significar un atropello como lo son los actos de corrupción realizados por este y los anteriores gobiernos en contra de la dignidad y la vida de los guatemaltecos.

Artículo anteriorReinventemos Guatemala
Artículo siguienteSeparación súbita y forzada: efectos devastadores