Danilo Santos

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Politólogo a contrapelo, aprendiz de las letras, la ternura y lo imposible. Barrioporteño dedicado desde hace 31 años a las causas indígenas, campesinas, populares y de defensa de los derechos humanos. Decidido constructor de otra Guatemala posible.

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Danilo Santos

Escojan el tema y pregunten, puede ser sobre crianza, el papel de la mujer, cuándo ir al doctor, educación, racismo, violencia en la calle y en la familia, y muchos otros temas, pregunten qué hacer: las respuestas los dejarán fríos.

Se da uno cuenta que la descomposición que vivimos actualmente no es ninguna casualidad. Si en nuestros círculos cercanos y en lo nos tan cercanos se comparten ideas como: “a los bebés no hay que darles pacha en la madrugada, tienen que aprender a dormir de corrido”, “es normal que se caigan de la cama”; “los doctores no saben”, “las mujeres abusan con eso del género”, “a mi hijo le enseñé a pegar primero: en la nariz, pa’ que sangre”, “los indios no cambian”, “los maestros ya no pueden castigar ni pegar, eso de los derechos del niño jodió todo”, “un par de pescozadas a tiempo no le hacen mal a nadie, todo lo contrario”, “las mujeres cada vez temen menos y son más rebeldes”, etc.

Así podríamos llegar hasta el infinito y más allá.  La base misma de todo esto es la ignorancia craza, el privilegio de la violencia sobre el respeto y la paz, y cuando digo violencia no me refiero a la física, ese es el último escalón; hablo de violencia verbal, psicológica, social.  Hablo del abuso que cometemos en contra de los más vulnerables.

Si no te corres para atrás en la camioneta, te corre el brocha: de la manera que sea.  Se enoja con vos la gente que no puede subirse y viajar colgada, por supuesto, se encabrona el chofer porque no puede cobrar más pasaje.  Si tu hijo no aprende a golpear primero, lo abusarán, será débil, poco hombre: le costará conseguir un puesto en la sociedad. Si la mujer se revela y quiere igualdad de derechos y obligaciones en la casa, en el trabajo, en la sociedad; es lesbiana o una puta por querer coger igual que los hombres; como los «gauchitos»: como sea, donde sea, como quiera y con quien quiera.

Valgan estos ejemplos para decir que la superestructura está plagada de inequidad, embrutecimiento y violencia.  Nuestra patria camina de la mano de concepciones jurídicas, morales, estéticas, religiosas, etc., que alimentan el salvajismo, lo incivilizado; la desigualdad, la violencia y el aprovechamiento del prójimo.

Nuestra conciencia produce un sistema de ideas que no nos deja alcanzar la paz. Aunque parezca trasnochado: tenemos que revolucionar al país.  Instituciones, ideas y relaciones entre base y superestructura.  Lo que tenemos ahora es una cadena de arrastre perfecta para quienes viven de nuestra neandertal manera de sobrevivir.

Si no reinventamos hoy el país, mañana siempre será ese placebo con el que nos engañan.

Ya escuchamos suficiente, ya vimos suficiente: a los que se endiosan excusándose en los hijos e hijas más desfavorecidos de Guatemala, a los que desde su montaña de oro derraman sus moneditas para comprar un poquito de paz en sus oscuros corazones, ya fue suficiente; ellos tendrán que hermanarse con los que hoy intentan hacer florecer esta primavera, o sufrir la debacle de todo lo que construyeron y ahora conocemos como normal: normalmente desequilibrado, bárbaro y decadente; ya nos vimos a los ojos y detrás del fuego en nuestras pupilas se reconoce el hambre de estar en paz, de vivir y convivir sin arrancarnos la vida en el intento.

Yace en nuestra sangre revuelta, una gota que nos está curando de la historia que nosotros mismos hemos construido; hacernos huipil, una mancha del poderoso jaguar, nahual, perfecto calendario, glifo, eso nos toca ahora: es tiempo de dejar las armas cruzadas y el laurel, asumirnos de colores y reinventarnos. Reinventemos Guatemala.

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