Es importante enfatizar que Guatemala es un país de alto riesgo en cuanto a fenómenos naturales por su ubicación geográfica que expone al país a terremotos, tormentas tanto del Atlántico como del Pacífico, erupciones volcánicas y deslaves como consecuencia de la deforestación y el descuido en las cuencas hídricas. Pero lo que más nos expone es la vulnerabilidad provocada por las precarias condiciones de vida de tanta gente a causa de la pobreza puesto que ello los obliga no sólo a vivir en lugares de alto riesgo, sino también porque las condiciones de sus viviendas son terriblemente precarias.

Tristemente hay que decir que Guatemala ha abandonado a su gente más necesitada y desde hace años no existen políticas públicas para atender la pobreza. No es casualidad que el contingente de pobres vaya en constante aumento y ello a pesar de que más de dos millones de guatemaltecos pobres han emigrado a Estados Unidos en condiciones muy adversas y que sus remesas son el motor de la economía del país.

Cuando empezó la cooptación del Estado todo el aparato estatal se puso al servicio de la corrupción y se ha usado para favorecer a unos pocos en perjuicio de esa mayoría de pobres que paga las consecuencias de la putrefacción que hay en las instituciones de todo tipo. Sin educación adecuada, sin promoción de la salud y de la seguridad, el contingente de pobres no ve horizonte ni futuro por lo que para la juventud que ha sufrido los efectos de la pobreza, patéticos en términos de desnutrición crónica, no existe más opción que la migración, cada día más difícil por la explosiva xenofobia en Estados Unidos, o la vida en las pandillas que ofrece efímeras satisfacciones y oportunidades.

En otras palabras, somos sitio propicio para esa especie de tormenta perfecta en la que se unen todos los factores adversos porque a nuestra geografía tan especial se suma nuestro abandono por la gente más necesitada que tiene, que ante las tragedias y desastres naturales, es la que sufre más y donde se produce una cantidad lamentable de muertes como se pudo ver ahora con lo sucedido por la erupción del Volcán de Fuego.

Y si de corolario ponemos la inexistencia de un verdadero sistema de prevención y reducción de desastres, el resultado termina siendo patético y terriblemente peligroso. Urge que las instituciones públicas abandonen las prácticas de corrupción para ponerse al servicio de la gente y no de los intereses económicos y privilegios, porque no podemos cambiar la geografía, pero debemos reducir la pobreza.

Redacción La Hora

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