Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Jimmy Morales no deja margen para dudas: lidera (por necesidad) el esfuerzo por detener los avances en la lucha contra la corrupción y la impunidad que se inició desde el 2015, momento en el que hasta los más radicales opositores al esfuerzo (al día de hoy) aplaudieron el inicio de la cruzada que luego los asustó porque la ola reventó muy cerca de sus intereses y de sus allegados.

Ayer salieron a las calles (solo Dios sabe si por mera voluntad propia) cientos de vendedores informales (sí, esos que tanto dicen algunas personas y sectores que no pagan impuestos) a protestar en favor del presidente Morales y éste salió a darse baños de aliento en un momento en el que los necesita para sobrellevar las presiones y las cooptaciones de sus roscas.

Dicen que en el 2015 las urnas hablaron y eligieron por cuatro años a un mandatario, al Congreso y alcaldes, y juran que nada ni nadie y mucho menos la aplicación de le ley puede interponerse en el camino de los electos, pero pasan por alto dos importantes datos.

El primero es que por Morales votaron para repudiar la vieja política corrupta y no para consolidarla. Pero, además, el ganador de las elecciones del 2015, tanto en primera como en segunda vuelta fue el abstencionismo que el mismo Diccionario de la Lengua Española define como la “actitud o práctica consistente en no ejercer el derecho a participar en determinadas decisiones, especialmente en política”.

En el 2015 para elegir Presidente, el candidato ganador fue el mentado abstencionismo con 2 millones 166 mil 868 (28.67% del padrón total) personas que no votaron en la primera vuelta y hay que notar que el candidato de FCN-Nación obtuvo casi un millón de votos menos; en la segunda vuelta, Morales alcanzó los 2 millones 750 mil 847 votos, pero no fueron a las urnas 3 millones 300 mil 998. El mandato estaba claro.

¿Qué quiero decir con esto? Si ahora nos dicen que la voluntad de la gente expresada en las votaciones lo es todo, no podemos obviar que quedó evidenciado (como en pasadas elecciones) que el hartazgo de la gente se ha convertido en el mayor ganador y que ello ha sido, es y seguirá siendo el mejor indicador para concluir que la gente quería y quiere reformas y cambios al sistema que le permitan volver a creer en el mismo. La gente se aleja de las urnas y debemos preguntarnos por qué para entender nuestro presente y mejorar nuestro futuro.

Actitudes como las de Morales, muchos diputados y varios alcaldes nos hacen entender el hartazgo de la gente y nos hacen evidente por qué es que en los últimos días más y más guatemaltecos que no pensamos igual en muchas cosas, hemos podido venir alcanzando acuerdos que deberán derivar en un gran pacto nacional por la reforma y rescate del Estado.

Ese pacto por y para la construcción de un Estado de Derecho pasa por la aplicación de la ley y tal extremo juega un papel fundamental en el desarrollo de cualquier democracia, pero hay quienes siguen pensando que las leyes no están hechas para ellos, no están dispuestos a asumir el costo de sus hechos enfrentando la justicia y por ello es que están decididos a que si para salvarse, deben hundir al país, así lo harán para honrar memorias y dejar de pasar penas.

Plantean por tanto, graves escenarios que son producto de su desesperación y recurren a la teoría del miedo, de la desinformación y de la exacerbación porque necesitan esos elementos para sostener una narrativa de defensa de la soberanía que resulta artificial y sin sustento.

Ya va llegando el día D para los ciudadanos porque de nuestra capacidad de escucharnos, de entendernos, de confiarnos y de esforzarnos por caminar de la mano, depende el futuro de este país. Del esfuerzo que hagamos, dependerá ganar una lucha que no podemos perder si es que aún soñamos con heredar una mejor Guatemala de la que recibimos.

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