Adrián Zapata

Finalmente se realizó la consulta sobre Belice, para dar luz al camino de solución que reconoce a la Corte Internacional de Justicia como el órgano que dirima el conflicto territorial entre Guatemala y nuestro vecino.

Más allá de la validez que pueda tener el reclamo de Guatemala, por razones históricas y jurídicas, lo cierto es que Belice es reconocido por el concierto de naciones como un Estado independiente. Guatemala ha sufrido consecuencias negativas, en el ámbito diplomático, por sus pretensiones en relación con esa ex colonia británica. El principio de libre autodeterminación de los pueblos contradice las aspiraciones guatemaltecas.

Pero en esta oportunidad no me quiero referir a este conflicto, deseo analizar otra dimensión que ha caracterizado la celebración de la consulta, partiendo de reconocer dos cosas. Primero, que el porcentaje de participación fue significativamente sorprendente, nadie imaginó que asistirían a votar más de un cuarto de los empadronados. Y, segundo, el apabullante triunfo del SÍ, que alcanzó el 96% de los sufragios. El escuálido 4% que obtuvo el NO es una débil expresión de inconformidad con este proceso de solución pacífica de nuestra controversia territorial.

Los guatemaltecos (as) hemos adolecido de la capacidad de asumir acuerdos nacionales sobre aspectos sustanciales de nuestro futuro como país, para el mediano y largo plazo. Los intentos que se han hecho han tenido resultados muy limitados, los Acuerdos de Paz, por ejemplo.

El caso de Belice ha sido, históricamente, objeto de manipulación política. Recordemos el demagogo slogan de Miguel Ydígoras Fuentes, cuando proclamaba “Belice es nuestro”.

En el presente, es justo reconocer el trabajo del excanciller Carlos Raúl Morales en el empuje a este proceso de negociación política. Afortunadamente el mismo no se malogró, a pesar de las ostensibles deficiencias de la administración que lo sustituyó en el Minrex.

Pero, nuevamente, en las proximidades de la celebración de la consulta se manifestaron las dificultades que tenemos los guatemaltecos (as) para tener una visión de Estado.

El Presidente, tratando de superar su resquebrajada legitimidad, pretendió hacer de la consulta un éxito de su administración. Diversos sectores de oposición empeñados en que esto no sucediera, intentaron debilitar la voluntad de votar con el argumento de que es un desperdicio de recursos que podrían ser utilizados de otra manera para responder a las necesidades insatisfechas por este gobierno. Las organizaciones de pueblos indígenas, expresando su justa inconformidad con el Estado, en esta ocasión atacaron su legitimidad para inquirir sobre un asunto de interés nacional, basados en su sentimiento de exclusión histórica.

En esas lógicas, no importa si es un compromiso internacional del Estado guatemalteco para dirimir un asunto pendiente que se refiere a algo tan básico en la convivencia mundial cual es la definición de las fronteras entre los países. No importa si se trata de una situación históricamente irresuelta: la delimitación reconocida de los límites territoriales de nuestra patria. De nada sirven las experiencias dramáticas vividas por nuestros connacionales que viven en esa zona limítrofe. Es así como lo importante no son las visiones e intereses nacionales, lo determinante son los horizontes sectoriales y sectarios.

Pero, como decíamos al principio, afortunadamente la afluencia de votantes fue suficiente para legitimar la consulta y pronunciarse abrumadoramente por el SÍ. Mi reflexión es sólo sobre la incapacidad que nos caracteriza para tener intereses nacionales. Ojalá las interpretaciones que se hagan de esta experiencia no continúen en esa misma línea de sectarismo.

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