Dra. Ana Cristina Morales Modenesi

A veces sucede que la gente se aleja por diversas circunstancias, y cuando ocurre un nuevo encuentro entre ellas es posible que se descubran con alguien distinto a quien conocieron, o tal vez, con la misma persona con la cual convivieron. Hoy trato de describir un relato que acompañe a esta situación. La cual opino que no está descrito de manera suficiente.

He estado buscando a mi hijo desde hace ya muchos años, ya lo daba por muerto, entiendo que no nos haya podido encontrar, su mente ya no estaba bien desde aquel entonces y consecuentemente a ello, se extravió. Le buscamos en donde se nos ocurrió, principalmente en las cercanías de donde estuvo por última vez, su madre lo añoraba y le lloraba con frecuencia, hasta que un día su corazón no aguantó más. Él, nuestro hijo, aunque enfermo, nos hacía mucha falta y después de su desaparición ya nunca fue la misma familia.

Reacio a ser obediente, con períodos de tenaz contradicción a nuestros consejos y normas, se exaltaba con frecuencia y decidía vagabundear por las calles sin ningún sentido para ello. Siempre nos dijimos que ello era peligroso y nos daba pena el siquiera pensar que en una de esas se iba a extraviar y nunca volver. Nuestros pensamientos formularon un destino, el cual nunca tuvo cabida en un deseo. Por lo cual, nunca aceptamos perder a nuestro hijo con facilidad, el día que no regresó agotamos los modos de buscarlo y día tras día, aunque sentíamos el rondar de la muerte, podía más nuestro anhelo de volverlo a ver. Nuestra preocupación era por su bienestar, pero nos hacía falta sentirlo allí, junto a nosotros y a los demás patojos.

Hoy después de diez largos años de esperar su retorno, por fin llegó el reencuentro, con temor a que nos pudiese reprochar por el prolongado tiempo y posible escabroso camino que haya tenido que pasar antes de que esto ocurriera. Solo sabía que yo como padre deseaba que él se nos uniera a su familia y ocupara el lugar que había dejado vacío al irse. Me preocupaba también desconocerlo, encontrarme con alguien distinto a quién antes conocí. No sabía si sus gustos habían cambiado y si otras personas llegaron a ocupar el lugar de nosotros, su familia, y si de tanto sentirnos a la distancia, ya le hubiésemos importado poco o nada.

Cuando él vivió en el hogar era difícil precisar sus sentimientos hacia nosotros y ahora, con tanto tiempo a la distancia, era posible considerar que ya no le fuésemos importantes. A la primera noticia de su aparición, mi estómago se retorció de la emoción, pero también, del miedo. Y de manera presurosa, me comuniqué con los hermanos para que juntos fuéramos a reencontrarnos con él. Ya que nos habían informado que se encontraba vivo y que por algún tiempo no fue identificada su identidad y su procedencia.

Pero, de manera afortunada Juancho al momento de nuestro reencuentro pronunció la palabra papá y llamó por sus nombres a cada uno de sus hermanos. Se le observaba plácido por ello y mis temores de que él nos hubiese cambiado por otros, o de no poder ver en él lo que antes solía, se desvanecieron.

Juancho pudo restablecer sus lazos con su padre y hermanos, gracias a lo que se ha referido como un hecho de vinculación o dependencia que experimenta un miembro de una sociedad. En el cual, la persona se siente con satisfacción de ser parte integrante de un grupo. Se identifica con el resto de los integrantes, a quienes los comprende como pares. Esto es a lo que se denomina sentido de pertenencia, el cual se basa en una necesidad social (Maslow).

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