René Leiva

Orantes Larrañaga, Manuel Crispín, fue el prototipo de los que decían “accesar” por acceder, “aperturar” por abrir, “americano” por estadounidense o gringo; empezaba cualquier oración con “definitivamente”; usuario irracional del “a nivel de”; “tema” como empobrecedor sustituto de innumerables palabras; hablaba de “la cueva de Alí Babá” pero nunca leyó Las Mil y Una Noches; confundía a H.G. Wells con Orson Welles; en todos lados veía a Macondo y situaciones Kafkianas. Etcétera. Considerósele muy buena persona, entusiasta y colaborador. (Ah, también destacó por su insensato queísmo y correspondiente dequefobia.)

Ortiz, Rabindranath, campesino suizo de Basilea, descubridor del jugo de naranja y del guarapo, que logró industrializar y lo hicieron millonario.

Ortiz Sicajol, Gervasio, no fue profeta en su tierra ni en tierra extraña. Cierto que nunca intentó ni pretendió conocer el futuro. Sabíase presa del olvido.

Osteón el Taciturno, suya fue la frase lapidaria, de peregrino optimismo póstumo: “Muero, luego existo”.

Otero, Sonia, asistía a las exequias de cualquier persona desconocida, vela en mano. Pedía con gran devoción por el alma del difunto o difunta y con gran pero modesta satisfacción decía que ella sí tenía vela en ese entierro.

¡Oúao!, con este nombre exclamatorio, de articulación primaria, conocióse durante siglos al supuesto descubridor del nitrógeno o ázoe, mucho antes del descubrimiento del fuego, por sus observaciones, no lejos de la caverna, en la química simple de plantas y animales, y la vida oculta del aire. Intuyó en el nitrógeno vida en la muerte. ¡Oúao! no fue sacerdote ni profeta ni visionario.

Ovulón de Feres, todo su sistema filosófico se redujo a un aforismo por desgracia perdido durante la invasión de los pocomames a Tesalia.

Oxímenes de Circania, según él, si el futuro incluye el ámbito de lo posible, el pasado sería el ámbito de lo imposible, de lo que perdió toda posibilidad, pero la misma memoria con equívoca ayuda del olvido y complicidad de la imaginación puede introducir cambios o alteraciones en ese pasado hasta un punto regresivo y retroactivo y contradictorio de posibilidad, no ya en abstracciones sino en hechos concretos, lo cual le resta contingente potencialidad al futuro, en un juego de pesos y contrapesos en la balanza-cuna del tiempo. ¿Qué quiso decir Oxímenes? Comentaristas suyos no aclararon dicho fragmento. Sus detractores, entre ellos Aristófanes y Braxes, lo ridiculizaron con ligereza.

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De Margarita Carrera conservo recortes de El Imparcial, su columna “Contra reloj”, y de La Hora, “Rebeliones y revelaciones”. La edición de tijeras que eligen, discriminan, separan, se van por el camino que delinea una parcela del pensamiento, dejan un vacío cuadrado en la gran página del diario. Recortes acumulados con las palabras de la polígrafa, la filóloga, la ensayista, ¿la última humanista?, que supo llevar a una abrupta superficie el profundo fondo de tantas cosas demasiado humanas. Ciento cincuenta, doscientos retazos de periódico, un desusado homenaje casi secreto a ¿la última humanista? en sus propias palabras. La palabra que no descansa ni siquiera, menos, en el epitafio.

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