Eduardo Blandón

Alguna vez la política significó algo en la vida de la ciudadanía global. Era la época donde la militancia era una opción natural derivada de la preocupación del rumbo del país.  Sin que fuera sugerido, la adolescencia era el momento de la rebeldía y el ánimo reivindicatorio. Los días de la asociación en organizaciones políticas en búsqueda de un mundo mejor. Por ello, no era raro pasar de la lucha política a la opción por la instauración del Reino de Dios sobre la tierra.

Conocí a muchos en el convento que venían de las filas del sandinismo, enamorados por la justicia, seducidos por el Evangelio. Apostaban por la realización de una utopía a través de la difusión de la Buena Nueva y el trabajo social en los barrios. Jóvenes sacrificados, casi fanáticos, rescatados por la crítica filosófica que los ubicaba en un contexto de poesía, pero también de maldad. Habrían dado la vida por la radicalidad de sus ideas.

Ni la Revolución en Cuba ni la nicaragüense habrían sido posibles sin ese embelesamiento de los años 60 y 70. Tiempos en los que se leía el Manifiesto Comunista o se radicalizaban las derechas con Smith, Hayek, Popper o Mises, gurús del conservadurismo setentero. Los ánimos eran encendidos, casi no había posibilidad paras las medias tintas o la sensatez, la cifra era lo extremo y lo radical.

Y no fue hace mucho. Quizá por ello algunos vivamos perplejos, atontados en busca del momento histórico del cambio. ¿Llegó con la tecnología y las redes sociales o se dio con la irrupción del rock and roll? ¿Todo acabó con el acontecimiento francés de mayo del 68? ¿Qué nos hizo despertar del sueño dogmático? ¿El cinismo incubado en la filosofía de Nietzsche? ¿La crítica de Horkheimer y la Escuela de Frankfurt? ¿El desencantamiento del mundo y la muerte de Dios? ¿Quién lo sabe?

El caso es que hoy, importa un comino la esfera política. Escuchamos, por ejemplo, las declaraciones de Monzón y las trivializamos en las redes sociales. Hacemos chistes para viralizarlas en Facebook. Quizá nos decepcione la corrupción, pero es para convencernos de que todo en ese mundillo es sucio. Tan chuco como los excrementos expuestos por el alcalde de Ipala, Tres Quiebres -Esduin Jerson Javier Javier-. Nada que nos mueva a la militancia activa.

Hemos sido inoculados para llevar una vida donde lo único que importa es el provecho personal, el bien individual, el placer de los sentidos y el miniorgasmo de cada “Like” liberador de endorfinas. El carácter individualista extendido por una ética que justifica el egoísmo nos priva del otro, ignorado a causa de nuestras preocupaciones. Es una existencia sin compromiso, alejada de toda perspectiva cristiana, fundada más en un hedonismo burdo ni siquiera imaginado por Epicuro. Definitivamente, el mundo ha cambiado de rumbo.

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