Alfonso Mata

En la actualidad ni futbolistas, santos, maestros o artistas, son los personajes de moda; lo son los políticos y no por el bien que nos hacen sino por el mal que generación tras generación perpetúan.

Periódicos, revistas, programas de radio y televisión, están llenos de comentarios feroces, pocas veces insultativos e injustos, casi siempre llenos de resentimientos pero también de sobradas razones contra ellos. Ningún evento cotidiano, religioso, deportivo, educativo, laboral -estos solo por ratos- logran exponernos a un aire de olvido de lo que hacen y son capaces de hacer los políticos y solo abrimos mente y corazón, cuando estos provocan, algo que nos daña mucho. Somos bañados de sus escándalos, sin prestarles atención e interés alguno, más que por morbo y relajación.

Cuando uno movido por curiosidad o duda platica con el hombre de la calle; cuando uno se contempla a sí mismo, nos encontramos con que cada cuatro años a través de una X, tragamos personalidades, que lo único que han realizado es fastidiar y destruir el porvenir de millones de gentes agarrándose a un dogma, a una verdad objetiva: el poder para echar pan a su matate, y al cabo y a la postre, al final de cada cuatro años de estar emitiendo el voto, caemos en una verdad: que no hay verdaderos objetivos ni dogmas para el político fuera de “aprovecharse” en beneficio de él y los suyos -cosa que no estaría mal- si no fuera por la forma y los recursos que en ello emplea. No liquida deseos e intenciones con cosas y recursos propios sino con los ajenos lo que ¡de verdad! nos lleva a concluir que nuestro desarrollo, nuestro destino, les interesa un comino y nuestros problemas y tristezas aún menos y los mayores problemas, los mayores dolores de la sociedad, no son más que cuerpo y acicate, para que cometan sus fechorías.

Ante tal estado de cosas, estimo que pensamos a diario en los políticos para no extraviarnos en el dolor y la impotencia, la traición y la humillación que nos infligen. Para no aislarnos y particularizar la culpa que tenemos y cargamos durante cuatro años y sacarla afuera de nosotros. De esa manera, nos unimos al malestar público como evasión no como participación. Con esa acción, lo que hacen o dejan de hacer los políticos, tratamos de convertirlo en un pálido reflejo y voz lejana de nuestra tolerancia. Somos espectadores no actores y por lo tanto comparsas de un sistema y preferimos no descubrir nuestra verdad y conformarnos vana y puerilmente, con convivir con esas verdades ajenas que nos hieren, a tal punto que ese actuar inconsciente, lo hemos vuelto parte de nuestra cultura: el silencio político. De tal manera que nos conformamos con hablar de la desgracia política y de sus fechorías, convencidos de que no es fácil acercarse al hacer y a los políticos pues como los “narcos” son celosamente custodiados con armas y protecciones cuasi legales .

En mis próximos escritos, trataré de bosquejar un poco qué es ese político que como figura nos atrae, aunque no por motivos sanos sino de lo más negativo, a quién muchas veces queremos atribuirle nuestros fracasos, sin entender que la responsabilidad moral del hacer nacional, corresponde a toda la nación y que sus consecuencias y prácticas nocivas, recaen en mayor fuerza, sobre aquellos que guardan silencio, al mostrarse refractarios a cualquier análisis. Nuestra acción ciudadana, simplemente la hemos enfocado a conocer, sin destruir y construir, he ahí nuestra tragedia; la tolerancia y persistencia es el acto más trágico de nuestra vida política, sin que en ello sintamos el mínimo escalofrío de remordimiento ante “el que calla otorga”. O bien nos adherimos a la formación de una nueva clase política o seguimos dentro de la cultura militante actual, comprometida dentro de un devenir lleno de brechas de injusticia y falta de oportunidades. En eso va nuestro futuro.

Como bien han expresado, un verdadero, ciudadano, al igual que el buen creyente, no debe ser malvado ni siquiera con los malvados; no debe ser injusto ni siquiera con los injustos; no debe ser cruel ni siquiera con los crueles, sino que debe ser, contra el tentador del mal, un ejecutor del bien. Para esto es necesario participar y responsabilizarse.

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