Eduardo Blandón

Hay un lamento generalizado por la falta de apoyo del sector privado a las artes. Un día desaparece un certamen literario, el otro se cierra una escuela de arte… como si no fuera poco la debacle política, económica y moral del país, toca ahora la agonía del cultivo del espíritu en un país más bien proclive a este tipo de realidades cultivada a lo largo de los siglos. ¿A qué obedece semejante crisis? ¿Qué razones pueden atribuirse? ¿Qué nos espera de ello?

Pensemos en primer lugar que los empresarios apuestan fundamentalmente en término de utilidades. Raramente emprenden proyectos de calado social o con fines culturales. Y no lo hacen no sólo porque tales actividades estén fuera de su radar, sino porque, por muy cultos y cosmopolitas, eso de la Geisteswissenschaften o ciencias del espíritu, no son para ellos.

Y si bien a veces suceden excepciones, la verdad es que renuncian al patrocinio porque siempre hay un asno superior en la escala jerárquica que se espanta frente a la creación artística. Y confirma su carácter asinus con su apología financiera: ¿Por qué apoyar obras que van en contra de nuestras creencias e ideologías? ¿Para qué dar dinero en trabajos que no consideramos obras de arte y atentan contra el buen gusto?…

Porque eso sí, muchos de ellos se sienten suficientemente cultivados para juzgar la naturaleza del arte. Y ofrecen pruebas: visitas a Louvre, reiterados viajes a Florencia (sí, La Galleria degli Uffizi), paseos a París (Oh mon Dieu, La Tour Eiffel). Todo ello, los certifica en su despoblado mundo estético para condenar las obras artísticas. El más erudito dirá que Vargas Llosa tiene razón: “vivimos en el mundo del espectáculo y no seremos nosotros quien lo patrocine”.

Más allá de ello, no debemos pensar que algunos con formación humanística sean distintos. Los hay que se aprovechan del artista para beneficio propio. Son explotadores ilustrados. En el mundo editorial a veces se les encuentra, pero no solo en ese espacio. Defienden el arte con palabras, pero desde un horizonte de hombres de negocio. Eso los coloca en una situación similar a los primeros, con el agravante de la alevosía, premeditación y ventaja.

En fin, que el mundo del espíritu en nuestro país se encuentra en crisis. Aunque nuestra riqueza, por fortuna, no depende exclusivamente de patrocinadores ni mecenas, lo que hace que el futuro sea menos apocalíptico del que se pueda pensar. Sin embargo, algo se puede hacer desde otros ámbitos sociales y económicos, quizá sea ese nuestro reto. Debemos preocuparnos por ello.

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