Edgar Villanueva
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El día de ayer, Pablo Rodas Martini publica en un diario guatemalteco una excelente columna titulada “Mi hermano, mi primo”. En la misma, el señor Rodas Martini, a quien no tengo el gusto de conocer, expone su relación con dos sujetos opuestos en el espectro político, pero unidos por la sangre. Asimismo, narra cómo dichos sujetos entablan conversaciones en donde no están de acuerdo “en cuatro de cada cinco puntos que discutirán” y nos relata que lo pueden hacer al ritmo de un par de cervezas bien frías.

Siento que el autor de la columna a la que me refiero me habla de un tiempo distante en el cual me podía sentar con mis conocidos, amigos y familiares a hablar de la coyuntura nacional con total libertad. De un tiempo cuando uno era libre de exponer sus ideas y que solo se exponía a la reprimenda del padre por no conocer la historia.

Hoy, esa situación a la que se refiere el autor es más escasa que nunca. No existe libertad para discutir ideas y posturas, por cuerdas que sean. Existen señalamientos, posicionamientos y los que están con el bien y los que están con el mal. Obviamente, los que están con el mal, poco tendrán que decir sobre una discusión abierta, pero la mayoría de los ciudadanos estamos en medio y tenemos derecho a expresar nuestros desacuerdos.

Hemos llegado al punto que dentro de nuestras propias familias nos distanciamos por una diferencia de enfoque sobre un tema donde, en general, estamos de acuerdo. Yo pasé por una situación con un familiar cercano quien llegó a decir que mis ancestros estaban “revolcándose en sus tumbas” por mi postura sobre la lucha contra la corrupción y la impunidad. Esa es la Guatemala a la que he regresado, una donde la intolerancia es la regla y donde hay pocos espacios para argumentar y discutir temas de relevancia nacional.

Ante esta situación he confirmado mi vocación democrática. Deseo pelear por el derecho a expresarse de aquellos que no piensan como yo pues en ese intercambio es que se construye la patria. Se equivocan aquellos que piensa que se hace patria ganando la batalla ideológica y quienes no se dan cuenta que en la búsqueda de los acuerdos se forjan las democracias.

La respuesta a este reto está en el diálogo que se puede convertir en acción. No en el diálogo superficial donde abordamos todo lo que no nos parece, sino en el diálogo que nos obliga a resolver problemas. Ya no es suficiente hablar, tenemos que pasar del intercambio a la acción porque es en la acción que se caen los intolerantes y los radicales. Es cuando hay que arremangarse para trabajar todos juntos, que aparecen los ideológicos y los enemigos de siempre para entrampar el avance.

Propongámonos que en cada conversación donde hay un nuevo acuerdo haya una acción, por mínima que sea, valdrá más que las palabras de censura y desacuerdo que tanto daño le hacen a nuestro país.

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