Raúl Molina

Marché junto con mujeres y hombres que conmemoraban el Día Internacional de la Mujer. Éramos muchos, quizás diez mil; debimos haber sido cien mil, porque la equidad de género está lejos en este Estado fallido, que ha sido convertido en neocolonia de Estados Unidos. Diversas razones explican la asistencia limitada: desencanto, escasos recursos, obligaciones de trabajo y, para colmo, temor. Éste fue aguijoneado con la foto de Jimmy Morales rodeado de militares contrainsurgentes, luego de hacer una purga interna. La excusa fue controlar el narcotráfico; en verdad fue un cuartelazo, para dejar solamente a los incondicionales del Presidente, que ya sacrificó la soberanía para entrenar tropas extranjeras en el norte. Esa imagen en los periódicos causó temor, aunque en algún momento próximo pasaremos “del pánico al ataque”.

El desencanto viene de la violencia sin freno, que es más bien azuzada por los sectores dominantes, para justificar leyes y acciones represivas, como la de sacar al ejército a las calles. Ahora, pese a sus aviesas intenciones de emular al dictadorzuelo de Honduras, Jimmy Morales ha obedecido la orden imperial de retirar a los militares de la seguridad ciudadana, aparentando que era su decisión. A cambio, la ayuda militar orientada a intervenciones en otros países se incrementará y su puesto al frente del Ejecutivo no se tocará –puede ser distinto si insiste en que le gustaría tener un segundo período como gobernante. Lo que es deprimente en Guatemala es que la violencia continúa en su espiral ascendente, particularmente en ataques contra las mujeres. Los feminicidios, pese a que el movimiento social hace grandes esfuerzos por pararlos, siguen marcando el devenir de nuestro país. Los poderosos son verdaderos “terroristas” y consideran que la violencia contra la mujer paraliza a la sociedad en el reclamo de sus derechos y reivindicaciones. Varios grupos y personas hemos planteado la necesidad de enfrentar firmemente la violencia contra las mujeres y las niñas a todo nivel. Juega un papel importante la educación, tanto en la familia como en las iglesias y escuelas, si bien sabemos que sus efectos son a mediano plazo. Son importantes también los medios de comunicación social, que pueden tener un impacto más cercano en la denuncia constante y la organización ciudadana.

En la coyuntura actual pueden jugar un papel aún más importante la PDH, las organizaciones sociales defensoras de los derechos humanos, las iglesias y las universidades. Toda iniciativa que evite la violencia como instrumento para dirimir disputas es esencial. Los mecanismos de diálogo deben desactivar la violencia entre contrarios: la violencia de un sistema social y económico que margina a la inmensa mayoría de la población; la violencia de jóvenes que no han aprendido más que la agresión como forma de reaccionar a estructuras opresoras; y la violencia de las fuerzas de seguridad contra quienes cuestionan el orden establecido. La Revolución Francesa no la hicieron maleantes; la hicieron personas desesperadas que se hartaron de la violencia y abuso de la clase dominante. Desactivemos la bomba de tiempo que se acerca más a su detonación.

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