Víctor Ferrigno F.

En las elecciones legislativas y municipales del 4 de marzo pasado, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional –FMLN– sufrió su peor derrota electoral desde la firma de la paz, en un país constreñido por sus limitaciones estructurales y la inseguridad ciudadana.

Con una escasa participación del 46%, es claro que la ciudadanía emitió un voto de castigo contra el FMLN que, en dos periodos de gobierno, no ha alcanzado avances significativos para revertir las causas estructurales que dieron origen al Conflicto Armado Interno, agravadas por una violencia delincuencial que alcanza los primeros lugares del mundo, y no ha sido controlada.

Mi balance es preliminar, pues los efectos políticos de las elecciones son apenas previsiones, sobre los nuevos realineamientos y alianzas por venir, a un año de las elecciones presidenciales. Además, escribo cuando ha sido procesado el 87% de las actas electorales para la Asamblea Legislativa, y el 75% de las municipales.

Las tendencias son claras: para la Asamblea Legislativa, ARENA lleva 765 mil 822 votos; el FMLN, 440 mil 585; Gana, 207 mil 143; PCN, 195 mil 625; y el PDC, 57 mil 286. Considerando los datos parciales de los cinco principales partidos, es evidente que el electorado votó por los más grandes, ignorando a los pequeños y a los candidatos independientes. Además, aunque provisional, la diferencia entre ARENA y el FMLN es enorme e irreversible, como lo ha reconocido el partido gobernante, de manera tardía pero clara.

Según estas tendencias, los analistas consideran que el FMLN ganaría apenas 2 municipios y podría conseguir con costo 28 escaños en la Asamblea, mientras que ARENA podría obtener 37 de los 84 diputados, complicándole al Frente las previsibles negociaciones para alcanzar la mayoría simple en el Congreso, y limitando su incidencia en las próximas elecciones de la Sala Constitucional, Fiscal General y Corte de Cuentas.

Más allá del necesario balance que el FMLN deberá efectuar sobre este fracaso electoral, la pregunta de fondo es si un partido de izquierda podría lograr superar las carencias estructurales, en un país cuya economía dolarizada depende de las remesas, lo que lo hace enormemente dependiente de EE. UU., donde trabajan dos millones de salvadoreños, con la agravante de ser una de las sociedades más violentas del orbe.

En 1999, cuando se debatía sobre la adopción del dólar como moneda cuscatleca, Allan Greenspan, presidente de la FED, les aconsejó que no lo hicieran, pues ellos decidirían sobre su moneda, sin considerar los intereses de El Salvador. Desoyendo al gurú financiero, en 2001 el gobierno de ARENA (Francisco Flores) dolarizó la economía, renunciando a su soberanía monetaria.

La dolarización redujo la inflación, estabilizó temporalmente la economía, pero redujo el crecimiento y afectó a los más pobres. Esto se agravó con los dos terremotos de inicios del 2001 que, además de miles de víctimas, implicaron pérdidas cercanas al 12% del PIB, limitando aún más el desarrollo, en un país con reducido territorio y muy escasos recursos naturales.

El resultado fue más pobreza, mayor delincuencia y un aumento exponencial de la emigración a EE. UU., incrementándose la dependencia de las remesas y reduciéndose los márgenes y los tiempos para cambiar esa lacerante realidad.

Es en este contexto que en 2009, con 51% de los votos, triunfa el FMLN que, durante dos gobiernos, constreñido por enormes limitaciones, se ha dedicado a administrar la crisis, sin atreverse a implementar las políticas públicas de transformación social que la ciudadanía esperaba. El 4 de marzo, el electorado le pasó la cuenta.

 

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