Juan Jacobo Muñoz Lemus

Yo no he pedido ningún psiquiatra, menos a usted. Yo si he estudiado; usted debería admirarme, pero padece de egopatía; es una mala adaptación que usted tiene. Para saber lo que yo sé, tiene que leer los libros que yo he escrito.

Eso me espetó en el rostro casi sin respirar y cuando apenas me había presentado. Sin duda las proyecciones son gratuitas, y la suya hacia mí fue masiva, me envolvió consigo mismo. Negaba lo que le ocurría, lo proyectó en mí y fingió estar bien; la ruta crítica de la paranoia.

Me quedé pensando que hay diferentes tipos de grandiosidad. Los que se sienten superiores, los que se conforman con que los otros estén peor que ellos, y los que se sienten el peor de todos.

En qué cabeza cabe, diría mi abuelita. Y lo peor es que la gente ni siquiera está mintiendo, vive autoengañada. Es obvio que existen los locos, pero también queda aquello de hacerse el loco, una frase que por coloquial perdió fuerza, pero es contundente.

La naturaleza humana es perversamente compleja y se necesita agudeza para descifrarla. Un trabajo enorme espera al ser humano si desea realmente ser humano, pasando de egoísta a altruista con todas sus inteligencias.

Olvidándome es como me encuentro; esa parece ser una frase profunda.  Salir del egocentrismo, no atender a la ira y el miedo, sino al alma. La vida interior es tan vasta, tan infinita y tan intensa que ya no hace falta traer nada del exterior, a menos que fuera algo benéfico como la compañía, la retroalimentación o el amor de alguien.

Pero el poder, ya sea real o fantástico es embriagante; y hay personas que parecen padecer de algún tipo de embriaguez patológica. Una pequeña cuota de poder y pierden la cabeza; o de manera inversa, luego de perder la cabeza, creen que tienen algún poder.

¿Cuál puede ser el destino natural de quien no atiende su vida? No se me ocurre más que el deterioro.

Embriagados con nosotros mismos y frenéticos en consecuencia, seguimos creyendo que todo debe beneficiarnos de afuera y si pasa algo malo sostenemos que es la maldad del mundo. No somos capaces de ver muchas veces que estamos pagando nuestros pecados y que en el caos también hay un orden natural. Por eso cuando conocemos la vida de alguien, no nos sorprende su desenlace.

Los seres humanos más que funcionar por nuestros méritos, nos dedicamos a desenmascarar gente, en el fondo con la intención de no vernos a nosotros mismos. El lujo de criticar es la garantía de no verse. Es algo natural, pero es necesario hacerlo consciente.

Yo insisto en que, si la gente pensara lo que hace, no haría lo que hace. Cualquiera es capaz de hacer muchas cosas malvadas antes de enloquecer, es a lo que llamamos deterioro. En base a eso, decían los griegos que cuando los dioses quieren destruir a una persona, primero la vuelven loca.

Se nos hizo rutina querer romper la rutina. Cualquier narcisista quiere ser parte de una historia original, se adhiere a lo que le impacta y donde cree que puede destacar. Toda la gente envuelve con su fantasía la historia que cuenta; son sus símbolos y sus mitos. Quien solo se contiene racionalmente será un pobre diablo que vivirá cometiendo errores que hacen y le hacen daño. Tal vez por eso la terapia sea hablar de las peores partes de uno para aceptarse como uno es.

La belleza puede ser algo sublime y si el arte es una opción, es útil recordar que este es capaz de presentar arquetipos concretos y completos, que están bien como una vía de ilustración; pero si se quiere que sirva como modelo de referencia para conductas literales estamos perdidos. Lo que quiero decir, es que no podemos creer comparativamente en todo lo que vemos. Debemos crearnos a nosotros mismos y disfrutarnos en esa tarea productiva.

Por cierto, el concepto de egopatía que aquel hombre me espetó en el rostro, si existe. Se refiere a una actitud agresiva y hostil respecto a los demás, debida a una sobrevaloración de sí.

Ya no nos enojemos, dejémoslo así, esperemos el Apocalipsis en paz.

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