Raúl Molina

Me duele que Guatemala sea caracterizada como uno de los países más violentos del mundo, que se irrespete la dignidad y los derechos de la mujer y la niñez y que seamos paradigma de feminicidio. Esta indignante situación es vista con indiferencia por el gobierno actual, por lo que debemos asumir como sociedad civil la responsabilidad de frenar la violencia contra mujeres y niñas y, en cierto tiempo, erradicar el feminicidio. Parece difícil, cuando se nos ha acostumbrado a ver como normal que la vida femenina sea irrespetada. Leía ayer: “Localizan el cadáver de una mujer cerca del puente las Charcas” y el comentario: “Según un informe publicado por el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif), en octubre del 2017, en Guatemala mueren de forma violenta 62 mujeres al mes”, así como que en los últimos diez años pasan de siete mil las muertes de mujeres por violencia. El feminicidio en Guatemala entró por la contrainsurgencia. La Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) afirmó que su investigación permitió determinar que “aproximadamente una de cada cuatro víctimas directas de las violaciones de los derechos humanos y hechos de violencia fueron mujeres. Murieron, fueron desaparecidas, torturadas y violadas sexualmente”. La violación sexual fue instrumento represivo, como ha quedado constatado en los testimonios de juicios contra ex oficiales del Ejército. Esas acciones que, al igual que el genocidio, fueron crimen de lesa humanidad, por ser tortura, desvalorizaron a la mujer frente a una sociedad crecientemente insensibilizada.

Para quienes “venden seguridad”, por la vía del Ejército, agencias de seguridad o las diversas modalidades de extorsión, es esencial instalar la percepción de que “nadie está seguro”, ni ancianos, ni mujeres ni la niñez. Así, estamos dispuestos a seguir tolerando al Ejército en las calles, en labores infructuosas de policía, a contratar guardaespaldas o carros blindados, quienes pueden pagarlos, a amurallarse en las casas o encerrarse en “zonas protegidas”. El feminicidio juega un papel esencial para quienes viven y se benefician de la violencia al hacer que toda persona se sienta y sea vulnerable. No es la única causa de ese flagelo; pero instalar el terror tiene un efecto social muy grande. No obstante, la violencia contra las mujeres y las niñas, tanto física como psicológica, aparece también en los hogares mismos, en las escuelas y en las comunidades, amparada en el supuesto de que los hombres han de ser “muy machos”. La violencia estructural, que no pueden ni saben enfrentar, la asumen en los espacios donde se sienten poderosos.

Sostengo que el feminicidio se puede frenar, porque es una enfermedad social. Al igual que pasa con las personas con alcoholismo y consumo de drogas, el primer paso es reconocer la existencia del problema. Apoyo la tarea a la que se han lanzado la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala y el Movimiento de Unidad Progresista y Popular, que proponen que este próximo 8 de marzo, al rendir tributo a las 41 niñas calcinadas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, se marque el principio del fin del feminicidio en el país.

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