Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

No hay que ser demasiado perspicaz para darse cuenta que es imposible armar en el Congreso cualquier reacción en contra del Pacto de Corruptos que llegue a ser mayoría, simplemente porque matemática y físicamente no hay suficientes elementos como para hacer que una corriente de ese tipo pudiera sumar suficientes votos para revertir lo que ha estado ocurriendo. Por supuesto que no se debe generalizar y hay que entender que existen unos cuantos diputados que no se han plegado a las prácticas de compra y venta de votos, pero no aparece en el horizonte uno sólo que con franqueza y entereza relate lo que ha presenciado, lo que ha atestiguado a lo largo de sus años de experiencia en nuestro Parlamento, exponiendo así cómo es que funciona nuestro sistema político.

La anulación de la elección de Junta Directiva por la inclusión de una diputada que por días no se pudo acoger a la protección que se recetaron los tránsfugas, planteó un escenario en el que se movieron algunos representantes para presentar una planilla alternativa bajo el sello de ir contra esa abrumadora corriente. Pero la vieja política es astuta y viendo el espacio se comió el mandado armando una planilla impresentable, integrada no sólo por quienes entraron comprando su curul dentro del ya conocido juego del financiamiento electoral, sino hasta a los que promovieron y gestaron la reforma electoral enviada a la CC que pretende asegurar que los mismos puedan seguir donde mismo.

Lo importante era quebrar cualquier iniciativa, por cierto igualmente condenada al fracaso, que marcara las diferencias y dejara al margen a los que no pueden ni deben aparecer ahora vestidos de primera comunión. Y en nombre del pragmatismo, expresado en la vieja y cínica expresión de que en política lo importante es sumar, se ofreció una especie de tabla de salvación a quienes, por puras circunstancias y coyuntura, ahora quieren marcar distancia con aquellos con los que votaron el 13 de septiembre para despenalizar todos los delitos habidos y por haber.

El Congreso es un cuerpo colegiado integrado por diputados que han definido su actuación a lo largo de mucho tiempo, unos más que otros. Y siempre he pensado y dicho que cualquier cambio o reforma que tenga que pasar por ese pleno está condenado al fracaso porque para ellos lo más importante es asegurar su permanencia en una institución copada por prácticas que no pueden en absoluto considerarse democráticas. El día que hubiera verdadera democracia la integración del Congreso sería radicalmente distinta y eso es algo que nunca van a permitir que ocurra.

Algunos pueden sentirse hoy desinflados porque no lograrán elegir esa directiva y otros sorprendidos por la ausencia de presión pública a su favor. Pero el panorama es muy claro y lo expresó con propiedad el editorial de hoy de Prensa Libre al hacer un análisis del comportamiento de la vieja política que se quiere dar baños de pureza. Y como lo entienden los medios que aquel llama “negativos”, lo entiende la gente que sabe que el vicio es más profundo, que no es de personas sino es del sistema.

Artículo anterior¿Por qué no empezar a hacer las cuentas?
Artículo siguienteDesde Matamoros