Francisco Cáceres Barrios
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Por las coincidencias, nadie me quita de la cabeza que la causa de haber caído en desgracia el exsuperintendente de la SAT se originó cuando en diciembre de 2017 ordenó investigar aquel sonado caso conocido como la mayor defraudación fiscal que haya ocurrido en el país. Él mismo lo consideró como el más importante descubierto sobre defraudación y evasión tributaria registrado en los últimos diez años. El llamado “megafraude” involucró al cerebro creador, como al líder de la estructura; las empresas con sus respectivos gerentes utilizados como principales; los notarios requeridos para constituir 170 empresas de cartón o de fachada; el reclutamiento del personal y llegó hasta los proveedores tanto formales como informales.

Desde ese entonces me pareció que el exsuperintendente de la SAT abrió los ojos y se percató que si la venta de documentos contables para que los contribuyentes los pudieran llenar a su mejor conveniencia, como que lo anterior tan solo había sido una muestra, ¿de qué tamaño podrían ser entonces las organizaciones capaces de hacer que el contrabando fuera la evasión de ingresos tributarios más grande para el Estado? De esa cuenta, a todos consta, que en más de una oportunidad manifestó estar trabajando para desenredar la maraña no solo de la popular “venta de facturas” sino deshacer la madeja extensa y bien hilvanada del internamiento de mercadería tributando poco o sin pagar un centavo. ¿Coincidencia o simple deducción lógica de su despido fulgurante?

Si ambas cosas fueran suspendidas por el actual gobierno en perjuicio de la mejor labor de recaudación tributaria, ¿podremos imaginarnos entonces cómo se va a desarrollar el proceso de selección del sustituto; qué consignas irán a salir de la casa de la 6ª. avenida y 4ª. calle para el nuevo Superintendente y las consecuencias que de ello se van a derivar? Nada extraño van a ser entonces el cúmulo de excusas, pretextos y aclaraciones que van a surgir del Directorio de la SAT cuando a mediados de año se descubra que las metas de recaudación no se estén cumpliendo y la lluvia de ideas que van a surgir para pensar en otra mal llamada “reforma fiscal”, la creación de nuevos impuestos o la elevación porcentual de los actualmente vigentes.

Derivado de lo anterior surge entonces la pregunta ¿será capaz la población de soportar más impuestos o la elevación del monto por el pago de otros? Muchos podrán argumentar que estoy hilando demasiado fino o que me estoy anticipando a los acontecimientos sin embargo, nadie podrá negar que lo anterior ha sido la nefasta costumbre tradicional de los gobiernos, especialmente los malos para alcanzar sus metas de ingresos tributarios.

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