Juan Jacobo Muñoz

A veces imagino que somos como barquitos de papel salidos de las manos de un niño; llevados por corrientes banqueteras y expuestos a ser devorados por alguna alcantarilla.

Dedicándome a lo que me dedico, no puedo dejar de pensar en ella. Me refiero a la depresión; generalmente repudiada y vilipendiada como signo de debilidad, pero que es para mí de alguna manera, una amiga incomprendida.

Si tomamos en cuenta que cualquiera puede deprimirse a lo largo de su vida, tenemos que abrir la posibilidad de que se trate de un momento o período de significados más esenciales que únicamente patológicos. En los temas del ánimo todo es muy ambiguo, y si bien es cierto que una persona puede enfermar de manera depresiva, también lo es que más que una enfermedad puede tratarse de un momento vital invaluable.

Así como la tos y la diarrea no son enfermedades sino esfuerzos del organismo por expulsar lo que le hace daño, fenómeno que conocemos como homeostasis; la depresión también tiene una función en ese sentido.

Una analogía hermosa fue la que hace poco expresó el científico y cosmólogo Stephen Hawking, refiriéndose a la depresión: “Las cosas pueden salir del agujero negro tanto al exterior como a otro universo. Por eso, si sientes que estás en un agujero negro no te rindas, hay una salida”.

No podemos crecer si no estamos dispuestos a perder algo. Una máxima difícil de tolerar y por lo mismo a veces nos defendemos de la depresión de forma maníaca, es decir en algún grado de hiperexcitación que puede traducirse de muchas maneras: comprar cosas, comer de más, ingerir sustancias, trabajar hasta el agotamiento, entregarse a la promiscuidad, coleccionar algo y quien sabe cuántas cosas más.

El objetivo de toda esa compulsividad puede ser evitar el desafío de ir a las zonas tenebrosas de nuestro interior, donde se encuentran las verdades que necesitamos conocer. Allí donde descubriremos nuevos errores y más profundas fallas de carácter que podrían a la larga ser el antídoto natural contra el endiosamiento y la caída en picada que sugiere estar deprimido.

La depresión quita energía al desenfrenado, enlentece al irreflexivo y lo coloca en situación de revisar el difícil tema de las expectativas. Siempre estamos expuestos a situaciones de amenaza o de pérdida, y aun así, pasamos la vida aspirando a cosas que no han surgido de nuestro interior, y que son solo consignas que, como órdenes dadas a subordinados, llegan de alguna parte del exterior.

Está bien que nos pasen cosas porque son agradables, pero no porque sean obligatorias. Comer, dormir e ir al baño son obligatorios, son vitales, si no ocurren morimos. Lo demás debe ser más sereno, menos imperioso; no va la vida en ello. El yo ideal es demasiado grandioso y el yo real solo es humano; la brecha entre ellos puede ser muy ancha y dolorosa, a menos que se reduzca a expensas del primero. Es una gran desventaja funcionar en base a equivocaciones.

Ninguna crisis se puede considerar tiempo perdido, el conflicto purifica y limpia como vinagre el sarro. El mito de Perséfone, la diosa de los infiernos nos representa. Ella para salir de la oscuridad en que había sido secuestrada por Hades, tenía que pasar dos tercios del año con su madre Deméter, diosa de la fecundidad y la agricultura, y el resto en el inframundo, período en el que no crecía nada en los campos por decisión de la misma madre. Así fue como los griegos explicaron la primavera y el invierno.

No podemos evitar los períodos sin luz, lo que resulta una suerte. Son la única forma de intentar encontrar la luminosidad.

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