Raúl Molina

Nos ha sorprendido la avalancha de los corruptos, a partir de su asalto a la Junta Directiva del Congreso, al olvidarnos que en Guatemala hemos entrado en la época en que criminales y corruptos se han quitado el antifaz de “demócratas” y, a veces, de “víctimas”, como cuando gime lastimeramente el mandatario. Se han aprovechado de los disparates de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos y la debilidad de Luis Arreaga como Embajador, para arremeter contra los intentos de enfrentar los abusos, la corrupción y la impunidad por parte del MP, la CICIG, magistrados probos y algunos funcionarios honestos, capaces y éticos. Contra todos ellos, los clanes mafiosos se aprestan a desatar su furia: los Arzú, con pendientes gruesas acusaciones de corrupción; los Ríos Montt, tratando de evitar que el Patriarca vaya a prisión por el resto de su vida; los Melgar, agarrando riendas del poder político y militar; los Morales, tratando de que Sammy y el hijo de Jimmy queden libres y sostener a Jimmy como “Pastor en Jefe”; y muchos más, cada uno más pillo que el otro. Su ilusión, luego de destituir a Solórzano de la SAT, es sacar al Procurador de los Derechos Humanos, seleccionar un Fiscal General de cartón y dar fin al convenio sobre la CICIG. Creen que el beneplácito de Pence y Kelly en Washington será permanente y que tienen comprado a Trump con su voto en la ONU y su movida de la embajada a Jerusalén. Se olvidan que el período de atención de éste es muy limitado, como el de un niño, y que en el saco de los “países de mierda”, como dijo dicho presidente, estamos todos los exportadores de migrantes. Congresistas Demócratas y Republicanos pueden tirarle un salvavidas a El Salvador; pero nadie querrá mancharse con apoyar a gobiernos espurios, como Honduras y Guatemala.

Evidentemente, para que Estados Unidos permita reajustes en sus colonias, se necesita que los respectivos pueblos amenacen con cambios muy profundos. Por eso es que los días de Hernández no llegarán muy lejos, porque el pueblo hondureño está en resistencia y lucha constantes. Ese es el reto para Guatemala: generar una resistencia tan contundente que Washington busque una salida con respaldo popular, como corresponde. Nosotros, como ciudadanía, debemos resistir y contraatacar, con acciones como las realizadas por Codeca el 15 de enero y muchas más, con igual o mayor impacto. Se sugieren ya medidas de desobediencia civil, que acompañen las acciones en plazas, calles y carreteras en el país y fuera de él, tales como el señalamiento público constante de presidente, vicepresidente y ministros impresentables; no pagar impuestos; no participar en el referendo sobre Belice, por ser inconstitucional, innecesario e inútil; y, desde el extranjero, utilizar las remesas como palanca y boicotear el gobierno hasta que caiga. Hay que volver a tomar la iniciativa y empezar a desgranar el Ejecutivo –que se queden solamente los corruptos- y el Legislativo, en donde no es suficiente con que “la oposición” no asista. Hay que denunciar y bloquear las manipulaciones, ya que se juega el destino, no de sus puestos, sino que de la sufrida Guatemala.

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