Alfonso Mata

En pleno siglo XXI, el hacer político nacional y mundial es tan errante, que no encuentra sentido y orientación, dando como producto, la dispersión. Cada vez su hacer se aísla más, de la evolución ambiental, social y climática, generando más problemas que soluciones.

El hacer político se ha vuelto una profesión que no articula poderes en beneficio de todos, sino para aprovechamiento propio y de venta de servicios, al mejor postor. Ya no hace de articulador, entre estructuras sociales, bienes, oportunidades y consensos. Dejó de ser el mediador entre los hombres, la naturaleza y las cosas y metamorfoseó a problema, renunciando a ser solución de ellos.

La imagen del mundo político ha cambiado. Ya no da forma, sentido, orientación y equilibrio, al conjunto de ideas, creencias, imaginarios, pasiones y deseos, que se forman dentro de la sociedad. Ya no crea figuras alrededor de ello, sino trata de meterse dentro de ello y, en cómo se mete, estriba lo virtuoso o vicioso de la idea ética y moral que maneja. Eso nos permite hablar del tipo de político que tenemos.

Nuestros políticos se creen enviados de los dioses, lo que les vuelve acreedores del poder y bajo ese ropaje, terminan siendo grandes pillastres, que se enriquecen, dejando multitudes hambrientas de necesidades y beneficiados a sus protectores y amigos. Viven encerrados en su orgullo de casta “si el abuelo y papi tuvieron oportunidad, eso me da derecho”. Todo eso los vuelve tiranos y prepotentes, rodeados de serviles. Entre estos, los hay descarados y embusteros, que por sangre o matrimonio, colaboran con los primeros y que ven la medida de su grandeza, en función del cambio de bienes de sus jefes, prescindiendo de los medios para lograrlo. Los hay oportunistas, que consiguen adquirir importancia a copia de dársela ellos mismos: principian como lacayos, terminan como políticos.

La mayoría de nuestros políticos son de cerebro árido y corazón que no siente culpa de lo que hace. Hablan de virtudes que no practican. Se hacen desear, concediendo según intereses la amistad, la que utilizan como instrumento de publicidad, formando a su alrededor el principio de que “tengo siempre la razón”. Usan poco la inteligencia y suelen ser divertidos y zánganos. Se vuelven muy intuitivos y con el tiempo se tornan excéntricos. Muy pocos se imponen una disciplina férrea y sacrificios y si lo hacen, les dura poco. Viven siempre acosados por los deseos y préstamos de sus acreedores, todos ellos de clases económicas y financieras altas: son los que los “elevan a políticos”.

Las leyes –algunas– no son de su grado ni aceptación, de manera que con el tiempo, se conducta de irrespeto a las mismas, cae dentro la ilegalidad, sin importarles, dada la tradicional impunidad en esto.

Su forma de actuar basada en injusticias, sagacidad, poca honradez y a veces el crimen, se ha petrificado en nuestra historia. El principio de: “Quién más contribuye, más oportunidades, privilegios y altos cargos ocupa” es la base de su doctrina. Pero el privilegio es medido, con el metro de lo que recibe a cambio, su mecenas.

Persuasión y capacidad diplomática son atributos que cultivan y logran pocos, pues exige simpatía y cordialidad y el arte está en usarlas para no lesionar intereses propios. Todos los políticos cifran sus ambiciones en el proletariado, y su trabajo, consiste en ponerse al frente de él, con espíritu demagógico y cinismo, con lo que confunden al pueblo.

El sueño de todo político es modificar, y cuando esto no se puede, actúan contra la norma a fin de dar una base jurídica, al propio poder personal. De tal forma que nuestro político suele hacer negocios secreta y traidoramente, a beneficio propio, patrocinadores y amigos. Es raro encontrar entre ellos, un hombre pobre, incorruptible, melancólico e idealista, de gran carácter, estos son dinosaurios prehistóricos. El político nuestro, rezan los cánones, aprende rápidamente que la cordialidad debe ser selectiva; acompañarse de capacidad de convencer a los demás, de que lo que él quiere, es lo que ellos deben querer, y eso no depende de argumentos persuasivos sino de los “bienes” que acompañan al discurso, de atraerse a los oponentes con “dádivas”. Nuestros políticos no son cosa injusta y nueva, ni están libres de sospecha y codicia.

 

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