Juan Jacobo Muñoz

Retomando el trillado concepto del eterno retorno, del cual han hablado tantos y entendido tan pocos; es posible extraer de manera inmediata que a la vida la tomamos con demasiada ligereza, apegándonos tanto a lo inmediato, lo concreto y lo tangible; que perdemos la oportunidad de gozarla y justificar con ella la propia existencia.

Son tantas las veces que nos vemos en los mismos trapos de cucaracha que hasta llega uno a preguntarse cosas como: ¿De qué tamaño tendrá que ser la desgracia? o, ¿Quién se tendrá que morir?, como cuestionamiento ante el poco cambio que mostramos y la eterna necedad de hacer las cosas de manera parecida.

Digamos que volver tantas veces al mismo principio es una de las grandes curiosidades de la vida, y la ocasión de seguir haciendo lo mismo o por el contrario hacer algo distinto. Esto último si se vive sinceramente la intensidad de ser, en lugar de solamente jugar con los hechos, porque como dijo Nietzsche en su libro Así hablaba Zaratustra, “hay espíritus que enturbian sus aguas para hacerlas parecer profundas”. Cita que podría redondearse con otra del mismo autor: “Donde uno no puede amar más, debe pasar de largo”. Entendiendo yo con esto, que disfrazamos de pasión, por no decir que nos dejamos poseer por personas y situaciones, solo porque con ellas nos sentimos cómodos en la fantasía de creer saber cómo manejarlas, aunque sepamos que el resultado será nefasto. ¿Cómo podría no saberse, si ha sido nefasto antes? Tal vez por eso, un buen sentido de la vida, sería la conciencia.

El regreso a lo mismo tiene que ver con el peso, diría Kundera. Una forma de evitar la levedad y en el fondo y en secreto, esconder el miedo a ser libres. Claro que el atrevimiento, o mejor dicho el no atrevimiento, cursa con el irremediable pago de un precio alto en cansancio y hastío, como bien lo expresó León Felipe: “No es lo que me trae cansado este camino de ahora, no cansa una vuelta sola. Cansa el estar todo un día, hora tras hora y día tras día un año y año tras año una vida, dando vueltas a la noria”.

Sospecho que además de los miedos naturales que corresponden a la especie, se han infiltrado demasiados preceptos culturales que se constituyen en el aprendizaje por medio de la experiencia de otros para no empezar siempre desde el principio, pero que al mismo tiempo acarrea normas, prohibiciones y costumbres que orientan la vida colectiva. La educación alienta potencialidades e inhibe otras por la armonía grupal. La sociedad premia o castiga apoyada en la necesidad que tiene la gente de pertenecer y ser aceptada.

No es que aquello esté mal, pero mejora cuando aplicamos la conciencia, como capacidad de experimentarnos a nosotros mismos como algo separado e individual. Cuando usamos la razón para preguntarnos ¿por qué?, en vez de solamente ¿cómo? Ayuda la imaginación, que no es más que crear imágenes en la mente, trasponer el tiempo y el espacio, anticipar el futuro y resolver problemas antes de que se presenten. Digamos que tener un criterio individual con juicio para escoger y decidir y ser responsable ante nosotros y los demás.

Recuerdo un fragmento de la obra musical El Hombre de la Mancha, donde el Quijote le dice a Sancho: “Inhala un aliento de vida y considera como debes vivirla; No pidas nada para ti, sino para tu alma; Ama, no lo que eres, sino aquello en lo que te puedes llegar a convertir; No busques el placer, pues podrías llegar a caer en el infortunio de encontrarlo en demasía; Mira siempre adelante, en los nidos de antaño no hay pájaros de hogaño”.
Mi saludo de Año Nuevo es una invitación. Vamos a buscar a donde todavía no hemos ido.

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