Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Al arrancar la última hoja del calendario del año 2017 y celebrar la llegada del nuevo año, no sólo se formulan buenos propósitos y deseos sino que muchas veces se entra en análisis sobre lo que se puede esperar de los próximos doce meses. La verdad es que de ellos no se puede esperar nada porque finalmente todo dependerá de si nosotros queremos seguir como estamos o nos comprometemos a cambiar las cosas que se deben cambiar, tanto en la vida personal como en nuestra vida social.

Tal y como están las cosas podría decirse que el 2018 será más de lo mismo porque iremos viendo sorpresas y sufriendo decepciones en medio de la indiferencia colectiva ante la realidad que vivimos. Exactamente como en el 2017, si la gente se enconcha y mete la cabeza en la tierra, como el avestruz ante el peligro, veremos que los esfuerzos que se hacen por combatir el peor de nuestros vicios, el de la corrupción alentada por la impunidad, terminan siendo en muchos sentidos irrelevantes porque mientras la gente se ocupa de su día a día, los grupos criminales vienen trabajando con ahínco y esfuerzo en provocar el fracaso de instituciones como la CICIG y el MP.

Para que el 2018 sea un año realmente venturoso y próspero, como nos desearemos todos en medio de la cohetería del domingo por la noche, hace falta que asumamos un compromiso que tiene como punto de partida el cambio en cada uno de nosotros para forzar al cambio como país, transformando no sólo nuestra forma de fiscalizar el uso de los fondos públicos y cómo se administra verdaderamente la justicia, sino la manera en que elegimos a nuestras autoridades para que éstas, por fin, lleguen a sus puestos para servir a la población y no al puñado de financistas que han sido los que sacan la mejor tajada porque el Estado es puesto a su servicio.

Cuando vemos cómo se han ido reagrupando todos los que han sabido sacar raja de la impunidad para incurrir en la grosera corrupción tenemos que entender que el cambio no llegará por arte de magia ni porque expresemos buenos deseos. La Nación que queremos hay que construirla con esfuerzo, compromiso y participación en el rechazo a las formas a que nos hemos ido acostumbrando porque, lastimosamente, se ha generado una cultura de que tal y como se ha ordeñado al erario es como la cosa funciona.

La diferencia que tenemos hoy respecto a hace doce meses es que el gobierno se quitó la careta y declaradamente mostró que su compromiso es con los corruptos. El 13 de septiembre, cuando el Congreso acató la instrucción del Presidente para legislar aprobando las leyes de impunidad que habían sido elaboradas en el Ministerio de Finanzas, quedó claro que no podíamos esperar ya nada de nuestras autoridades para dirigir un proceso ordenado de transformación y cambio.

Pero si esa toma de conciencia sobre cuán jodidos estamos no nos hace reaccionar, el 2018 será la prolongación del fracaso acumulado en el 2017.

Artículo anteriorInternet, o el derecho a la propiedad
Artículo siguienteLa PNC “protegida”