Edgar Villanueva
En estas últimas semanas, la elección de la Junta Directiva del Congreso ha sido uno de los temas principales de la política nacional. Lamentablemente el proceso de integración y especialmente el proceso de negociación de la misma siguen reflejando que poco (o nada) ha cambiado dentro del Organismo Legislativo.
La integración de la Junta Directiva del Congreso debería de responder a la capacidad de los individuos para dirigir un órgano tan complejo, combinada con la representatividad del pueblo que dichos individuos y sus partidos políticos ostentan. Sin embargo, esta integración y la negociación de la misma responden a intereses partidarios, políticos y personales de los diputados.
Esta negociación refleja de manera trágica, como se cocinan las componendas políticas en el Legislativo. Un ejemplo es el del diputado que busca la Presidencia, pero “no sabe” quienes integran su planilla. Esto se traduce en “yo quiero ser Presidente del Congreso, pero todavía no estoy seguro qué tipo de negociaciones tendré que llevar a cabo y a quienes me van a poner en la planilla”. ¿Por qué no integran una planilla, la publican, expresan abiertamente cuáles son sus objetivos y cabildean sus votos abiertamente y con conocimiento de la ciudadanía?
Una de las grandes razones es que en la Junta Directiva se concentra el poder de dirigir la orquesta legislativa. La Ley del Organismo Legislativo le atribuye a la Junta Directiva más de quince atribuciones, que van desde nombrar personal, hasta fijar las actividades en un determinado período de sesiones. Estas son, aparte de las otras quince que dicha ley le atribuye al Presidente del Congreso, integrante de la Junta Directiva. Es decir, que si alguien ostenta o controla la Presidencia y logra copar, ya sea en número o en liderazgo, la Junta Directiva, entonces maneja el Congreso.
La Junta Directiva tiene tal importancia para los diputados, que estuvieron dispuestos a sacrificar la aprobación del presupuesto nacional al utilizarla como moneda de cambio. Para ellos, es más importante quien dirige al Congreso, que el financiamiento de las instituciones del Estado, muchas de las cuales prestan servicios directamente a la ciudadanía. Al diputado le importa más quien “va a cortar el queso” que el IGSS esté adecuadamente financiado y con capacidad de atender la salud de los guatemaltecos. Le importa más quien le nombre un par de asesores (Ley del Organismo Legislativo, Artículo 14, inciso k), que el presupuesto del Ministerio de Educación tenga lo suficiente para que nuestros niños no tengan que irse a sentar al piso para aprender matemáticas.
A pesar de las luces en el camino (algunos diputados que empiezan a entender que las cosas no pueden seguir igual), todo parece que sigue el mismo ritmo de siempre. Quien dirige la orquesta del Congreso importa, porque sin su anuencia o falta de resistencia, los negocios y componendas no se pueden lograr. Ojalá y la Junta Directiva fuera un reflejo de las necesidades y clamores populares, esto podría empezar a enderezar la nave más averiada del Estado.